Harry Potter y la piedra filosofal
Harry Potter se ha quedado huérfano y vive en casa de sus abominables tíos y del insoportable primo Dudley. Harry se siente muy triste y solo, hasta que un buen día recibe una carta que cambiará su vida para siempre. En ella le comunican que ha sido aceptado como alumno en el colegio interno Hogwarts de magia y hechicería. A partir de ese momento, la suerte de Harry da un vuelco espectacular. En esa escuela tan especial aprenderá encantamientos, trucos fabulosos y tácticas de defensa contra las malas artes. Se convertirá en el campeón escolar de quidditch, especie de fútbol aéreo que se juega montado sobre escobas, y se hará un puñado de buenos amigos... aunque también algunos temibles enemigos. Pero sobre todo, conocerá los secretos que le permitirán cumplir con su destino. Pues, aunque no lo parezca a primera vista, Harry no es un chico común y corriente. ¡Es un mago¡ Estare asiendo la saga completa
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05/31/21
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El espejo de Oesed
Chapter 12
descubrió cubierto por dos metros de nieve. El lago estaba sólidamente
congelado y los gemelos Weasley fueron castigados por hechizar varias bolas
de nieve para que siguieran a Quirrell y lo golpearan en la parte de atrás de su
turbante. Las pocas lechuzas que habían podido llegar a través del cielo
tormentoso para dejar el correo tuvieron que quedar al cuidado de Hagrid hasta
recuperarse, antes de volar otra vez.
Todos estaban impacientes de que empezaran las vacaciones. Mientras
que la sala común de Gryffindor y el Gran Comedor tenían las chimeneas
encendidas, los pasillos, llenos de corrientes de aire, se habían vuelto helados,
y un viento cruel golpeaba las ventanas de las aulas. Lo peor de todo eran las
clases del profesor Snape, abajo en las mazmorras, en donde la respiración
subía como niebla y los hacía mantenerse lo más cerca posible de sus calderos
calientes.
—Me da mucha lástima —dijo Draco Malfoy, en una de las clases de
Pociones— toda esa gente que tendrá que quedarse a pasar la Navidad en
Hogwarts, porque no los quieren en sus casas.
Mientras hablaba, miraba en dirección a Harry. Crabbe y Goyle lanzaron
risitas burlonas. Harry, que estaba pesando polvo de espinas de pez león, no
les hizo caso. Después del partido de quidditch, Malfoy se había vuelto más
desagradable que nunca. Disgustado por la derrota de Slytherin, había tratado
de hacer que todos se rieran diciendo que un sapo conuna gran boca podía
reemplazar a Harry como buscador. Pero entonces se dio cuenta de que nadie
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lo encontraba gracioso, porque estaban muy impresionados por la forma en
que Harry se había mantenido en su escoba. Así que Malfoy; celoso y
enfadado, había vuelto a fastidiar a Harry por no tener una familia apropiada.
Era verdad que Harry no iría a Privet Drive para las fiestas. La profesora
McGonagall había pasado la semana antes, haciendo una lista de los alumnos
que iban a quedarse allí para Navidad, y Harry puso su nombre de inmediato. Y
no se sentía triste, ya que probablemente ésa sería la mejor Navidad de su
vida. Ron y sus hermanos también se quedaban, porque el señor y la señora
Weasley se marchaban a Rumania, a visitar a Charles.
Cuando abandonaron los calabozos, al finalizar la clase de Pociones,
encontraron un gran abeto que ocupaba el extremo del pasillo. Dos enormes
pies aparecían por debajo del árbol y un gran resoplido les indicó que Hagrid
estaba detrás de él.
—Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Ron, metiendo la cabeza
entre las ramas.
—No, va todo bien. Gracias, Ron.
—¿Te importaría quitarte de en medio? —La voz fría y gangosa de Malfoy
llegó desde atrás—. ¿Estás tratando de ganar algún dinero extra, Weasley?
Supongo que quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts... Esa
choza de Hagrid debe de parecerte un palacio, comparada con la casa de tu
familia.
Ron se lanzó contra Malfoy justo cuando aparecía Snape en lo alto de las
escaleras.
—¡WEASLEY!
Ron soltó el cuello de la túnica de Malfoy.
—Lo han provocado, profesor Snape —dijo Hagrid, sacando su gran
cabeza peluda por encima del árbol—. Malfoy estaba insultando a su familia.
—Lo que sea, pero pelear está contra las reglas de Hogwarts, Hagrid —
dijo Snape con voz amable—. Cinco puntos menos para Gryffindor; Weasley, y
agradece que no sean más. Y ahora marchaos todos.
Malfoy, Crabbe y Goyle pasaron bruscamente, sonriendo con presunción.
—Voy a atraparlo —dijo Ron, sacando los dientes ante la espalda de
Malfoy—. Uno de estos días lo atraparé...
—Los detesto a los dos —añadió Harry—. A Malfoy y a Snape.
—Vamos, arriba el ánimo, ya es casi Navidad —dijo Hagrid—. Os voy a
decir qué haremos: venid conmigo al Gran Comedor; está precioso.
Así que los tres siguieron a Hagrid y su abeto hasta el Gran Comedor,
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donde la profesora McGonagall y el profesor Flitwick estaban ocupados en la
decoración.
El salón estaba espectacular. Guirnaldas de muérdago y acebo colgaban
de las paredes, y no menos de doce árboles de Navidad estaban distribuidos
por el lugar, algunos brillando con pequeños carámbanos, otros con cientos de
velas.
—¿Cuántos días os quedan para las vacaciones? —preguntó Hagrid.
—Sólo uno —respondió Hermione—. Y eso me recuerda... Harry, Ron, nos
queda media hora para el almuerzo, deberíamos ir a la biblioteca.
—Sí, claro, tienes razón —dijo Ron, obligándose a apartar la vista del
profesor Flitwick, que sacaba burbujas doradas de su varita, para ponerlas en
las ramas del árbol nuevo.
—¿La biblioteca? —preguntó Hagrid, acompañándolos hasta la puerta—.
¿Justo antes de las fiestas? Un poco triste, ¿no creéis?
—Oh, no es un trabajo —explicó alegremente Harry—. Desde que
mencionaste a Nicolás Flamel, estamos tratando de averiguar quién es.
—¿Qué? —Hagrid parecía impresionado—. Escuchadme... Ya os lo dije...
No os metáis. No tiene nada que ver con vosotros lo que custodia ese perro.
—Nosotros queremos saber quién es Nicolás Flamel, eso es todo —dijo
Hermione.
—Salvo que quieras ahorrarnos el trabajo —añadió Harry—. Ya hemos
buscado en miles de libros y no hemos podido encontrar nada... Si nos das una
pista... Yo sé que leí su nombre en algún lado.
—No voy a deciros nada —dijo Hagrid con firmeza.
—Entonces tendremos que descubrirlo nosotros —dijo Ron. Dejaron a
Hagrid malhumorado y fueron rápidamente a la biblioteca.
Habían estado buscando el nombre de Flamel desde que a Hagrid se le
escapó, porque ¿de qué otra manera podían averiguar lo que quería robar
Snape? El problema era la dificultad de buscar; sin saber qué podía haber
hecho Flamel para figurar en un libro. No estaba en Grandes magos del siglo
XX, ni en Notables nombres de la magia de nuestro tiempo; tampoco figuraba
en Importantes descubrimientos en la magia moderna ni en Un estudio del
reciente desarrollo de la hechicería. Y además, por supuesto, estaba el tamaño
de la biblioteca, miles y miles de libros, miles de estantes, cientos de estrechas
filas...
Hermione sacó una lista de títulos y temas que había decidido investigar;
mientras Ron se paseaba entre una fila de libros y los sacaba al azar. Harry se
acercó a la Sección Prohibida. Se había preguntado si Flamel no estaría allí.
Pero por desgracia, hacía falta un permiso especial, firmado por un profesor,
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para mirar alguno de los libros de aquella sección, y sabía que no iba a
conseguirlo. Allí estaban los libros con la poderosa Magia del Lado Oscuro, que
nunca se enseñaba en Hogwarts y que sólo leían los alumnos mayores, que
estudiaban cursos avanzados de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¿Qué estás buscando, muchacho?
—Nada —respondió Harry.
La señora Pince, la bibliotecaria, empuñó un plumero ante su cara.
—Entonces, mejor que te vayas. ¡Vamos, fuera!
Harry salió de la biblioteca, deseando haber sido más rápido en inventarse
algo. Él, Ron y Hermione se habían puesto de acuerdo en que era mejor no
consultar a la señora Pince sobre Flamel. Estaban seguros de que ella podría
decírselo, pero no podían arriesgarse a que Snape se enterara de lo que
estaban buscando.
Harry los esperó en el pasillo, para ver si los otros habían encontrado algo,
pero no tenía muchas esperanzas. Después de todo, buscaban sólo desde
hacía quince días y en los pocos momentos libres, así que no era raro que no
encontraran nada. Lo que realmente necesitaban era una buena investigación,
sin la señora Pince pegada a sus nucas.
Cinco minutos más tarde, Ron y Hermione aparecieron negando con la
cabeza. Se marcharon a almorzar.
—Vais a seguir buscando cuando yo no esté, ¿verdad? —dijo Hermione—.
Si encontráis algo, enviadme una lechuza.
—Y tú podrás preguntarle a tus padres si saben quién es Flamel —dijo
Ron—. Preguntarle a ellos no tendrá riesgos.
—Ningún riesgo, ya que ambos son dentistas —respondió Hermione.
Cuando comenzaron las vacaciones, Ron y Harry tuvieron mucho tiempo para
pensar en Flamel. Tenían el dormitorio para ellos y la sala común estaba
mucho más vacía que de costumbre, así que podían elegir los mejores sillones
frente al fuego. Se quedaban comiendo todo lo que podían pinchar en un
tenedor de tostar (pan, buñuelos, melcochas) y planeaban formas de hacer que
expulsaran a Malfoy, muy divertidas, pero imposibles de llevar a cabo.
Ron también comenzó a enseñar a Harry a jugar al ajedrez mágico. Era
igual que el de los muggles, salvo que las piezas estaban vivas, lo que lo hacía
muy parecido a dirigir un ejército en una batalla. El juego de Ron era muy
antiguo y estaba gastado. Como todo lo que tenía, había pertenecido a alguien
de su familia, en este caso a su abuelo. Sin embargo, las piezas de ajedrez
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viejas no eran una desventaja. Ron las conocía tan bien que nunca tenía
problemas en hacerles hacer lo que quería.
Harry jugó con el ajedrez que Seamus Finnigan le había prestado, y las
piezas no confiaron en él. Él todavía no era muy buen jugador, y las piezas le
daban distintos consejos y lo confundían, diciendo, por ejemplo: «No me envíes
a mí. ¿No ves el caballo? Muévelo a él, podemos permitirnos perderlo».
En la víspera de Navidad, Harry se fue a la cama, deseoso de que llegara
el día siguiente, pensando en toda la diversión y comida que lo aguardaban,
pero sin esperar ningún regalo. Cuando al día siguiente se despertó temprano,
lo primero que vio fue unos cuantos paquetes a los pies de su cama.
—¡Feliz Navidad! —lo saludó medio dormido Ron, mientras Harry saltaba
de la cama y se ponía la bata.
—Para ti también —contestó Harry—. ¡Mira esto! ¡Me han enviado regalos!
—¿Qué esperabas, nabos? —dijo Ron, volviéndose hacia sus propios
paquetes, que eran más numerosos que los de Harry
Harry cogió el paquete que estaba más arriba. Estaba envuelto en papel de
embalar y tenía escrito: «Para Harry de Hagrid». Contenía una flauta de
madera, toscamente trabajada. Era evidente que Hagrid la había hecho. Harry
sopló y la flauta emitió un sonido parecido al canto de la lechuza.
El segundo, muy pequeño, contenía una nota.
«Recibimos tu mensaje y te mandamos tu regalo de Navidad. De tío
Vernon y tía Petunia.» Pegada a la nota estaba una moneda de cincuenta
peniques.
—Qué detalle —comentó Harry.
Ron estaba fascinado con los cincuenta peniques.
—¡Qué raro! —dijo— ¡Qué forma! ¿Esto es dinero?
—Puedes quedarte con ella —dijo Harry, riendo ante el placer de Ron—.
Hagrid, mis tíos... ¿Quién me ha enviado éste?
—Creo que sé de quién es ése —dijo Ron, algo rojo y señalando un
paquete deforme—. Mi madre. Le dije que creías que nadie te regalaría nada
y.. oh, no —gruñó—, te ha hecho un jersey Weasley.
Harry abrió el paquete y encontró un jersey tejido a mano, grueso y color
verde esmeralda, y una gran caja de pastel de chocolate casero.
—Cada año nos teje un jersey —dijo Ron, desenvolviendo su paquete— y
el mío siempre es rojo oscuro.
—Es muy amable de parte de tu madre —dijo Harry probando el pastel,
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que era delicioso.
El siguiente regalo también tenía golosinas, una gran caja de ranas de
chocolate, de parte de Hermione.
Le quedaba el último. Harry lo cogió y notó que era muy ligero. Lo
desenvolvió.
Algo fluido y de color gris plateado se deslizó hacia el suelo y se quedó
brillando. Ron bufó.
—Había oído hablar de esto —dijo con voz ronca, dejando caer la caja de
grageas de todos los sabores, regalo de Hermione—. Si es lo que pienso, es
algo verdaderamente raro y valioso.
—¿Qué es?
Harry cogió el género brillante y plateado. El tocarlo producía una
sensación extraña, como si fuera agua convertida en tejido.
—Es una capa invisible —dijo Ron, con una expresión de temor
reverencial—. Estoy seguro... Pruébatela.
Harry se puso la capa sobre los hombros y Ron lanzó un grito.
—¡Lo es! ¡Mira abajo!
Harry se miró los pies, pero ya no estaban. Se dirigió al espejo.
Efectivamente: su reflejo lo miraba, pero sólo su cabeza suspendida en el aire,
porque su cuerpo era totalmente invisible. Se puso la capa sobre la cabeza y
su imagen desapareció por completo.
—¡Hay una nota! —dijo de pronto Ron—. ¡Ha caído una nota!
Harry se quitó la capa y cogió la nota. La caligrafía, fina y llena de curvas,
era desconocida para él. Decía:
Tu padre dejó esto en mi poder antes de morir. Ya es tiempo de que te
sea devuelto. Utilízalo bien.
Una muy Feliz Navidad para ti.
No tenía firma. Harry contempló la nota. Ron admiraba la capa.
—Yo daría cualquier cosa por tener una —dijo— Lo que sea. ¿Qué te
sucede?
—Nada —dijo Harry Se sentía muy extraño. ¿Quién le había enviado la
capa? ¿Realmente había pertenecido a su padre?
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Antes de que pudiera decir o pensar algo, la puerta del dormitorio se abrió
de golpe y Fred y George Weasley entraron. Harry escondió rápidamente la
capa. No se sentía con ganas de compartirla con nadie más.
—¡Feliz Navidad!
—¡Eh, mira! ¡A Harry también le han regalado un jersey Weasley!
Fred y George llevaban jerséis azules, uno con una gran letra F y el otro
con la G.
—El de Harry es mejor que el nuestro —dijo Fred cogiendo el jersey de
Harry—. Es evidente que se esmera más cuando no es para la familia.
—¿Por qué no te has puesto el tuyo, Ron? —quiso saber George—.
Vamos, pruébatelo, son bonitos y abrigan.
—Detesto el rojo oscuro —se quejó Ron, mientras se lo pasaba por la
cabeza.
—No tenéis la inicial en los vuestros —observó George—. Supongo que
ella piensa que no os vais a olvidar de vuestros nombres. Pero nosotros no
somos estúpidos... Sabemos muy bien que nos llamamos Gred y Feorge.
—¿Qué es todo ese ruido?
Percy Weasley asomó la cabeza a través de la puerta, con aire de
desaprobación. Era evidente que había ido desenvolviendo sus regalos por el
camino, porque también tenía un jersey bajo el brazo, que Fred vio.
—¡P de prefecto! Pruébatelo, Percy, vamos, todos nos lo hemos puesto,
hasta Harry tiene uno.
—Yo... no... quiero —dijo Percy, con firmeza, mientras los gemelos le
metían el jersey por la cabeza, tirándole las gafas al suelo.
—Y hoy no te sentarás con los prefectos —dijo George—. La Navidad es
para pasarla en familia.
Cogieron a Percy y se lo llevaron de la habitación, con los brazos sujetos
por el jersey.
Harry no había celebrado en su vida una comida de Navidad como aquélla. Un
centenar de pavos asados, montañas de patatas cocidas y asadas, soperas
llenas de guisantes con mantequilla, recipientes de plata con una grasa
riquísima y salsa de moras, y muchos huevos sorpresa esparcidos por todas
las mesas. Estos fantásticos huevos no tenían nada que ver con los flojos
artículos de los muggles, que Dudley habitualmente compraba, ni con
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juguetitos de plástico ni gorritos de papel. Harry tiró uno al suelo y no sólo hizo
¡pum!, sino que estalló como un cañonazo y los envolvió en una nube azul,
mientras del interior salían una gorra de contraalmirante y varios ratones
blancos, vivos. En la Mesa Alta, Dumbledore había reemplazado su sombrero
cónico de mago por un bonete floreado, y se reía de un chiste del profesor
Flitwick.
A los pavos les siguieron los pudines de Navidad, flameantes. Percy casi
se rompió un diente al morder un sickle de plata que estaba en el trozo que le
tocó. Harry observaba a Hagrid, que cada vez se ponía más rojo y bebía más
vino, hasta que finalmente besó a la profesora McGonagall en la mejilla y, para
sorpresa de Harry, ella se ruborizó y rió, con el sombrero medio torcido.
Cuando Harry finalmente se levantó de la mesa, estaba cargado de cosas
de las sorpresas navideñas, y que incluían globos luminosos que no estallaban,
un juego de Haga Crecer Sus Propias Verrugas y piezas nuevas de ajedrez.
Los ratones blancos habían desaparecido, y Harry tuvo el horrible
presentimiento de que iban a terminar siendo la cena de Navidad de la Señora
Norris.
Harry y los Weasley pasaron una velada muy divertida, con una batalla de
bolas de nieve en el parque. Más tarde, helados, húmedos y jadeantes,
regresaron a la sala común de Gryffindor para sentarse al lado del fuego. Allí
Harry estrenó su nuevo ajedrez y perdió espectacularmente con Ron. Pero
sospechaba que no habría perdido de aquella manera si Percy no hubiera
tratado de ayudarlo tanto.
Después de un té con bocadillos de pavo, buñuelos, bizcocho borracho y
pastel de Navidad, todos se sintieron tan hartos y soñolientos que no podían
hacer otra cosa que irse a la cama; no obstante, permanecieron sentados y observaron a Percy, que perseguía a Fred y George por toda la torre Gryffindor
porque le habían robado su insignia de prefecto.
Fue el mejor día de Navidad de Harry. Sin embargo, algo daba vueltas en
un rincón de su mente. En cuanto se metió en la cama, pudo pensar libremente
en ello: la capa invisible y quién se la había enviado.
Ron, ahíto de pavo y pastel y sin ningún misterio que lo preocupara, se
quedó dormido en cuanto corrió las cortinas de su cama. Harry se inclinó a un
lado de la cama y sacó la capa.
De su padre... Aquello había sido de su padre. Dejó que el género corriera
por sus manos, más suave que la seda, ligero como el aire. «Utilízalo bien»,
decía la nota.
Tenía que probarla. Se deslizó fuera de la cama y se envolvió en la capa.
Miró hacia abajo y vio sólo la luz de la luna y las sombras. Era una sensación
muy curiosa.
«Utilízalo bien.»
De pronto, Harry se sintió muy despierto. Con aquella capa, todo Hogwarts
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estaba abierto para él. Mientras estaba allí, en la oscuridad y el silencio, la
excitación se apoderó de él. Podía ir a cualquier lado con ella, a cualquier lado,
y Filch nunca lo sabría.
Ron gruñó entre sueños. ¿Debía despertarlo? Algo lo detuvo. La capa de
su padre... Sintió que aquella vez (la primera vez) quería utilizarla solo.
Salió cautelosamente del dormitorio, bajó la escalera, cruzó la sala común
y pasó por el agujero del retrato.
—¿Quién está ahí? —chilló la Dama Gorda. Harry no dijo nada. Anduvo
rápidamente por el pasillo.
¿Adónde iría? De pronto se detuvo, con el corazón palpitante, y pensó. Y
entonces lo supo. La Sección Prohibida de la biblioteca. Iba a poder leer todo lo
que quisiera, para descubrir quién era Flamel. Se ajustó la capa y se dirigió
hacia allí.
La biblioteca estaba oscura y fantasmal. Harry encendió una lámpara para
ver la fila de libros. La lámpara parecía flotar sola en el aire y hasta el mismo
Harry, que sentía su brazo llevándola, tenía miedo.
La Sección Prohibida estaba justo en el fondo de la biblioteca. Pasando
con cuidado sobre la soga que separaba aquellos libros de los demás, Harry
levantó la lámpara para leer los títulos.
No le decían mucho. Las letras doradas formaban palabras en lenguajes
que Harry no conocía. Algunos no tenían títulos. Un libro tenía una mancha
negra que parecía sangre. A Harry se le erizaron los pelos de la nuca. Tal vez
se lo estaba imaginando, tal vez no, pero le pareció que un murmullo salía de
los libros, como si supieran que había alguien que no debía estar allí.
Tenía que empezar por algún lado. Dejó la lámpara con cuidado en el
suelo y miró en una estantería buscando un libro de aspecto interesante. Le
llamó la atención un volumen grande, negro y plateado. Lo sacó con dificultad,
porque era muy pesado y, balanceándolo sobre sus rodillas, lo abrió.
Un grito desgarrador; espantoso, cortó el silencio... ¡El libro gritaba! Harry
lo cerró de golpe, pero el aullido continuaba, en una nota aguda,
ininterrumpida. Retrocedió y chocó con la lámpara, que se apagó de inmediato.
Aterrado, oyó pasos que se acercaban por el pasillo, metió el volumen en el estante y salió corriendo. Pasó al lado de Filch casi en la puerta, y los ojos del
celador; muy abiertos, miraron a través de Harry. El chico se agachó, pasó por
debajo del brazo de Filch y siguió por el pasillo, con los aullidos del libro
resonando en sus oídos.
Se detuvo de pronto frente a unas armaduras. Había estado tan ocupado
en escapar de la biblioteca que no había prestado atención al camino. Tal vez
era porque estaba oscuro, pero no reconoció el lugar donde estaba. Había
armaduras cerca de la cocina, eso lo sabía, pero debía de estar cinco pisos
más arriba.
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—Usted me pidió que le avisara directamente, profesor, si alguien andaba
dando vueltas durante la noche, y alguien estuvo en la biblioteca, en la Sección
Prohibida.
Harry sintió que se le iba la sangre de la cara. Filch debía de conocer un
atajo para llegar a donde él estaba, porque el murmullo de su voz se acercaba
cada vez más y, para su horror, el que le contestaba era Snape.
—¿La Sección Prohibida? Bueno, no pueden estar lejos, ya los
atraparemos.
Harry se quedó petrificado, mientras Filch y Snape se acercaban. No
podían verlo, por supuesto, pero el pasillo era estrecho y, si se acercaban
mucho, iban a chocar contra él. La capa no ocultaba su materialidad.
Retrocedió lo más silenciosamente que pudo. A la izquierda había una
puerta entreabierta. Era su única esperanza. Se deslizó, conteniendo la
respiración y tratando de no hacer ruido. Para su alivio, entró en la habitación
sin que lo notaran. Pasaron por delante de él y Harry se apoyó contra la pared,
respirando profundamente, mientras escuchaba los pasos que se alejaban.
Habían estado cerca, muy cerca. Transcurrieron unos pocos segundos antes
de que se fijara en la habitación que lo había ocultado.
Parecía un aula en desuso. Las sombras de sillas y pupitres amontonados
contra las paredes, una papelera invertida y apoyada contra la pared de
enfrente... Había algo que parecía no pertenecer allí, como si lo hubieran
dejado para quitarlo de en medio.
Era un espejo magnífico, alto hasta el techo, con un marco dorado muy
trabajado, apoyado en unos soportes que eran como garras. Tenía una
inscripción grabada en la parte superior: Oesed lenoz aro cut edon isara cut se
onotse.
Ya no oía ni a Filch ni a Snape, y Harry no tenía tanto miedo. Se acercó al
espejo, deseando mirar para no encontrar su imagen reflejada. Se detuvo
frente a él.
Tuvo que llevarse las manos a la boca para no gritar. Giró en redondo. El
corazón le latía más furiosamente que cuando el libro había gritado... Porque
no sólo se había visto en el espejo, sino que había mucha gente detrás de él.
Pero la habitación estaba vacía. Respirando agitadamente, volvió a mirar el
espejo.
Allí estaba él, reflejado, blanco y con mirada de miedo y allí, reflejados
detrás de él, había al menos otros diez. Harry miró por encima del hombro,
pero no había nadie allí. ¿O también eran todos invisibles? ¿Estaba en una
habitación llena de gente invisible y la trampa del espejo era que los reflejaba,
invisibles o no?
Miró otra vez al espejo. Una mujer, justo detrás de su reflejo, le sonreía y
agitaba la mano. Harry levantó una mano y sintió el aire que pasaba. Si ella
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estaba realmente allí, debía de poder tocarla, sus reflejos estaban tan cerca...
Pero sólo sintió aire: ella y los otros existían sólo en el espejo.
Era una mujer muy guapa. Tenía el cabello rojo oscuro y sus ojos... «Sus
ojos son como los míos», pensó Harry, acercándose un poco más al espejo.
Verde brillante, exactamente la misma forma, pero entonces notó que ella
estaba llorando, sonriendo y llorando al mismo tiempo. El hombre alto, delgado
y de pelo negro que estaba al lado de ella le pasó el brazo por los hombros.
Llevaba gafas y el pelo muy desordenado. Y se le ponía tieso en la nuca, igual
que a Harry.
Harry estaba tan cerca del espejo que su nariz casi tocaba su reflejo.
—¿Mamá? —susurró—. ¿Papá?
Entonces lo miraron, sonriendo. Y lentamente, Harry fue observando los
rostros de las otras personas, y vio otro par de ojos verdes como los suyos,
otras narices como la suya, incluso un hombre pequeño que parecía tener las
mismas rodillas nudosas de Harry. Estaba mirando a su familia por primera vez
en su vida.
Los Potter sonrieron y agitaron las manos, y Harry permaneció mirándolos
anhelante, con las manos apretadas contra el espejo, como si esperara poder
pasar al otro lado y alcanzarlos. En su interior sentía un poderoso dolor, mitad
alegría y mitad tristeza terrible.
No supo cuánto tiempo estuvo allí. Los reflejos no se desvanecían y Harry
miraba y miraba, hasta que un ruido lejano lo hizo volver a la realidad. No podía
quedarse allí, tenía que encontrar el camino hacia el dormitorio. Apartó los ojos
de los de su madre y susurró: «Volveré». Salió apresuradamente de la
habitación.
—Podías haberme despertado —dijo malhumorado Ron.
—Puedes venir esta noche. Yo voy a volver; quiero enseñarte el espejo.
—Me gustaría ver a tu madre y a tu padre —dijo Ron con interés.
—Y yo quiero ver a toda tu familia, todos los Weasley. Podrás enseñarme
a tus otros hermanos y a todos.
—Puedes verlos cuando quieras —dijo Ron—. Ven a mi casa este verano.
De todos modos, a lo mejor sólo muestra gente muerta. Pero qué lástima que
no encontraste a Flamel. ¿No quieres tocino o alguna otra cosa? ¿Por qué no
comes nada?
Harry no podía comer. Había visto a sus padres y los vería otra vez aquella
noche. Casi se había olvidado de Flamel. Ya no le parecía tan importante. ¿A
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quién le importaba lo que custodiaba el perro de tres cabezas? ¿Y qué más
daba si Snape lo robaba?
—¿Estás bien? —preguntó Ron—. Te veo raro.
Lo que Harry más temía era no poder encontrar la habitación del espejo.
Aquella noche, con Ron también cubierto por la capa, tuvieron que andar con
más lentitud. Trataron de repetir el camino de Harry desde la biblioteca,
vagando por oscuros pasillos durante casi una hora.
—Estoy congelado —se quejó Ron—. Olvidemos esto y volvamos.
—¡No! —susurró Harry—. Sé que está por aquí.
Pasaron al lado del fantasma de una bruja alta, que se deslizaba en
dirección opuesta, pero no vieron a nadie más.
Justo cuando Ron se quejaba de que tenía los pies helados, Harry divisó la
pareja de armaduras.
—Es allí... justo allí... ¡sí!
Abrieron la puerta. Harry dejó caer la capa de sus hombros y corrió al
espejo.
Allí estaban. Su madre y su padre sonrieron felices al verlo.
—¿Ves? —murmuró Harry.
—No puedo ver nada.
—¡Mira! Míralos a todos... Son muchos...
—Sólo puedo verte a ti.
—Pero mira bien, vamos, ponte donde estoy yo.
Harry dio un paso a un lado, pero con Ron frente al espejo ya no podía ver
a su familia, sólo a Ron con su pijama de colores.
Sin embargo, Ron parecía fascinado con su imagen.
—¡Mírame! —dijo.
—¿Puedes ver a toda tu familia contigo?
—No... estoy solo... pero soy diferente... mayor... ¡y soy delegado!
—¿Cómo?
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—Tengo... tengo un distintivo como el de Bill y estoy levantando la copa de
la casa y la copa de quidditch... ¡Y también soy capitán de quidditch!
Ron apartó los ojos de aquella espléndida visión y miró excitado a Harry.
—¿Crees que este espejo muestra el futuro?
—¿Cómo puede ser? Si toda mi familia está muerta... déjame mirar de
nuevo...
—Lo has tenido toda la noche, déjame un ratito más.
—Pero si estás sosteniendo la copa de quidditch, ¿qué tiene eso de
interesante? Quiero ver a mis padres.
—No me empujes.
Un súbito ruido en el pasillo puso fin a la discusión. No se habían dado
cuenta de que hablaban en voz alta.
—¡Rápido!
Ron tiró la capa sobre ellos justo cuando los luminosos ojos de la Señora
Norris aparecieron en la puerta. Ron y Harry permanecieron inmóviles, los dos
pensando lo mismo: ¿la capa funcionaba con los gatos? Después de lo que
pareció una eternidad, la gata dio la vuelta y se marchó.
—No estamos seguros... Puede haber ido a buscar a Filch, seguro que nos
ha oído. Vamos.
Y Ron empujó a Harry para que salieran de la habitación.
La nieve todavía no se había derretido a la mañana siguiente.
—¿Quieres jugar al ajedrez, Harry? —preguntó Ron.
—No.
—¿Por qué no vamos a visitar a Hagrid?
—No... ve tú...
—Sé en qué estás pensando, Harry, en ese espejo. No vuelvas esta
noche.
—¿Por qué no?
—No lo sé. Pero tengo un mal presentimiento y, de todos modos, ya has
tenido muchos encuentros. Filch, Snape y la Señora Norris andan vigilando por
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ahí ¿Qué importa si no te ven? ¿Y si tropiezan contigo? ¿Y si chocas con algo?
—Pareces Hermione.
—Te lo digo en serio, Harry, no vayas
Pero Harry sólo tenía un pensamiento en su mente, volver a mirar en el
espejo. Y Ron no lo detendría.
La tercera noche encontró el camino más rápidamente que las veces
anteriores. Andaba más rápido de lo que habría sido prudente, porque sabía
que estaba haciendo ruido, pero no se encontró con nadie.
Y allí estaban su madre y su padre, sonriéndole otra vez, y uno de sus
abuelos lo saludaba muy contento. Harry se dejó caer al suelo para sentarse
frente al espejo. Nadie iba a im pedir que pasara la noche con su familia. Nadie.
Excepto...
—Entonces de vuelta otra vez, ¿no, Harry?
Harry sintió como si se le helaran las entrañas. Miró para atrás. Sentado en
un pupitre, contra la pared, estaba nada menos que Albus Dumbledore. Harry
debió de haber pasado justo por su lado, y estaba tan desesperado por llegar
hasta el espejo que no había notado su presencia.
—No... no lo había visto, señor.
—Es curioso lo miope que se puede volver uno al ser invisible —dijo
Dumbledore, y Harry se sintió aliviado al ver que le sonreía—. Entonces —
continuó Dumbledore, bajando del pupitre para sentarse en el suelo con
Harry—, tú, como cientos antes que tú, has descubierto las delicias del espejo
de Oesed.
—No sabía que se llamaba así, señor.
—Pero espero que te habrás dado cuenta de lo que hace, ¿no?
—Bueno... me mostró a mi familia y...
—Y a tu amigo Ron lo reflejó como capitán.
—¿Cómo lo sabe...?
—No necesito una capa para ser invisible —dijo amablemente
Dumbledore—. Y ahora ¿puedes pensar qué es lo que nos muestra el espejo
de Oesed a todos nosotros?
Harry negó con la cabeza.
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—Déjame explicarte. El hombre más feliz de la tierra puede utilizar el
espejo de Oesed como un espejo normal, es decir, se mirará y se verá
exactamente como es. ¿Eso te ayuda?
Harry pensó. Luego dijo lentamente:
—Nos muestra lo que queremos... lo que sea que queramos...
—Sí y no —dijo con calma Dumbledore—. Nos muestra ni más ni menos
que el más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón. Para ti, que
nunca conociste a tu familia, verlos rodeándote. Ronald Weasley, que siempre
ha sido sobrepasado por sus hermanos, se ve solo y el mejor de todos ellos.
Sin embargo, este espejo no nos dará conocimiento o verdad. Hay hombres
que se han consumido ante esto, fascinados por lo que han visto. O han
enloquecido, al no saber si lo que muestra es real o siquiera posible.
Continuó:
—El espejo será llevado a una nueva casa mañana, Harry, y te pido que no
lo busques otra vez. Y si alguna vez te cruzas con él, deberás estar preparado.
No es bueno dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir, recuérdalo.
Ahora ¿por que no te pones de nuevo esa magnífica capa y te vas a la cama?
Harry se puso de pie.
—Señor... profesor Dumbledore... ¿Puedo preguntarle algo?
—Es evidente que ya lo has hecho —sonrió Dumbledore—. Sin embargo,
puedes hacerme una pregunta más.
—¿Qué es lo que ve, cuando se mira en el espejo?
—¿Yo? Me veo sosteniendo un par de gruesos calcetines de lana.
Harry lo miró asombrado.
—Uno nunca tiene suficientes calcetines —explicó Dumbledore—. Ha
pasado otra Navidad y no me han regalado ni un solo par. La gente sigue
insistiendo en regalarme libros.
En cuanto Harry estuvo de nuevo en su cama, se le ocurrió pensar que tal
vez Dumbledore no había sido sincero. Pero es que, pensó mientras sacaba a
Scabbers de su almohada, había sido una pregunta muy personal.