Harry Potter y la piedra filosofal
Harry Potter se ha quedado huérfano y vive en casa de sus abominables tíos y del insoportable primo Dudley. Harry se siente muy triste y solo, hasta que un buen día recibe una carta que cambiará su vida para siempre. En ella le comunican que ha sido aceptado como alumno en el colegio interno Hogwarts de magia y hechicería. A partir de ese momento, la suerte de Harry da un vuelco espectacular. En esa escuela tan especial aprenderá encantamientos, trucos fabulosos y tácticas de defensa contra las malas artes. Se convertirá en el campeón escolar de quidditch, especie de fútbol aéreo que se juega montado sobre escobas, y se hará un puñado de buenos amigos... aunque también algunos temibles enemigos. Pero sobre todo, conocerá los secretos que le permitirán cumplir con su destino. Pues, aunque no lo parezca a primera vista, Harry no es un chico común y corriente. ¡Es un mago¡ Estare asiendo la saga completa
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05/31/21
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Halloween
Chapter 10
todavía estaban en Hogwarts al día siguiente, con aspecto cansado pero muy
alegres. En realidad, por la mañana Harry y Ron pensaron que el encuentro
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con el perro de tres cabezas había sido una excelente aventura, y ya estaban
preparados para tener otra. Mientras tanto, Harry le habló a Ron del paquete
que había sido llevado de Gringotts a Hogwarts, y pasaron largo rato
preguntándose qué podía ser aquello para necesitar una protección así.
—Es algo muy valioso, o muy peligroso —dijo Ron.
—O las dos cosas —opinó Harry
Pero como lo único que sabían con seguridad del misterioso objeto era que
tenía unos cinco centímetros de largo, no tenían muchas posibilidades de
adivinarlo sin otras pistas.
Ni Neville ni Hermione demostraron el menor interés en lo que había
debajo del perro y la trampilla. Lo único que le importaba a Neville era no volver
a acercarse nunca más al animal.
Hermione se negaba a hablar con Harry y Ron, pero como era una
sabihonda mandona, los chicos lo consideraron como un premio. Lo que
realmente deseaban en aquel momento era poder vengarse de Malfoy y, para
su gran satisfacción, la posibilidad llegó una semana más tarde, por correo.
Mientras las lechuzas volaban por el Gran Comedor, como de costumbre,
la atención de todos se fijó de inmediato en un paquete largo y delgado, que
llevaban seis lechuzas blancas. Harry estaba tan interesado como los demás
en ver qué contenía, y se sorprendió mucho cuando las lechuzas bajaron y
dejaron el paquete frente a él, tirando al suelo su tocino. Se estaban alejando,
cuando otra lechuza dejó caer una carta sobre el paquete.
Harry abrió el sobre para leer primero la carta y fue una suerte, porque
decía:
NO ABRAS EL PAQUETE EN LA MESA Contiene tu nueva Nimbus
2.000, pero no quiero que todos sepan que te han comprado una
escoba, porque también querrán una. Oliver Wood te esperará esta
noche en el campo de quidditch a las siete, para tu primera sesión de
entrenamiento.
Profesora McGonagall
Harry tuvo dificultades para ocultar su alegría, mientras le alcanzaba la
nota a Ron.
—¡Una Nimbus 2.000! —gimió Ron con envidia—. Yo nunca he tocado
ninguna.
Salieron rápidamente del comedor para abrir el paquete en privado, antes
de la primera clase, pero a mitad de camino se encontraron con Crabbe y
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Goyle, que les cerraban el camino. Malfoy le quitó el paquete a Harry y lo
examinó.
—Es una escoba —dijo, devolviéndoselo bruscamente, con una mezcla de
celos y rencor en su cara—. Esta vez lo has hecho, Potter. Los de primer año
no tienen permiso para tener una.
Ron no pudo resistirse.
—No es ninguna escoba vieja —dijo—. Es una Nimbus 2.000. ¿Cuál dijiste
que tenías en casa, Malfoy, una Comet 260? —Ron rió con aire burlón—. Las
Comet parecen veloces, pero no tienen nada que hacer con las Nimbus.
—¿Qué sabes tú, Weasley, si no puedes comprar ni la mitad del palo? —
replicó Malfoy—. Supongo que tú y tus hermanos tenéis que ir reuniendo la
escoba ramita a ramita.
Antes de que Ron pudiera contestarle, el profesor Flitwick apareció detrás
de Malfoy
—No os estaréis peleando, ¿verdad, chicos? —preguntó con voz chillona.
—A Potter le han enviado una escoba, profesor —dijo rápidamente Malfoy.
—Sí, sí, está muy bien —dijo el profesor Flitwick, mirando radiante a
Harry—. La profesora McGonagall me habló de las circunstancias especiales,
Potter. ¿Y qué modelo es?
—Una Nimbus 2.000, señor —dijo Harry, tratando de no reír ante la cara
de horror de Malfoy—. Y realmente es gracias a Malfoy que la tengo.
Harry y Ron subieron por la escalera, conteniendo la risa ante la evidente
furia y confusión de Malfoy.
—Bueno, es verdad —continuó Harry cuando llegaron al final de la
escalera de mármol—. Si él no hubiera robado la Recordadora de Neville, yo
no estaría en el equipo...
—¿Así que crees que es un premio por quebrantar las reglas? —Se oyó
una voz irritada a sus espaldas. Hermione subía la escalera, mirando con aire
de desaprobación el paquete de Harry
—Pensaba que no nos hablabas —dijo Harry.
—Sí, continúa así —dijo Ron—. Es mucho mejor para nosotros.
Hermione se alejó con la nariz hacia arriba.
Durante aquel día, Harry tuvo que esforzarse por atender a las clases. Su
mente volvía al dormitorio, donde su escoba nueva estaba debajo de la cama,
o se iba al campo de quidditch, donde aquella misma noche aprendería a jugar.
Durante la cena comió sin darse cuenta de lo que tragaba, y luego se apresuró
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a subir con Ron, para sacar; por fin, a la Nimbus 2.000 de su paquete.
—Oh —suspiró Ron, cuando la escoba rodó sobre la colcha de la cama de
Harry.
Hasta Harry, que no sabía nada sobre las diferencias en las escobas,
pensó que parecía maravillosa. Pulida y brillante, con el mango de caoba, tenía
una larga cola de ramitas rectas y, escrito en letras doradas: «Nimbus 2.000».
Cerca de las siete, Harry salió del castillo y se encaminó hacia el campo de
quidditch. Nunca había estado en aquel estadio deportivo. Había cientos de
asientos elevados en tribunas alrededor del terreno de juego, para que los
espectadores estuvieran a suficiente altura para ver lo que ocurría. En cada
extremo del campo había tres postes dorados con aros en la punta. Le
recordaron los palitos de plástico con los que los niños muggles hacían
burbujas, sólo que éstos eran de quince metros de alto.
Demasiado deseoso de volver a volar antes de que llegara Wood, Harry
montó en su escoba y dio una patada en el suelo. Qué sensación. Subió hasta
los postes dorados y luego bajó con rapidez al terreno de juego. La Nimbus
2.000 iba donde él quería con sólo tocarla.
—¡Eh, Potter, baja!
Había llegado Oliver Wood. Llevaba una caja grande de madera debajo del
brazo. Harry aterrizó cerca de él.
—Muy bonito —dijo Wood, con los ojos brillantes—. Ya veo lo que quería
decir McGonagall, realmente tienes un talento natural. Voy a enseñarte las
reglas esta noche y luego te unirás al equipo, para el entrenamiento, tres veces
por semana.
Abrió la caja. Dentro había cuatro pelotas de distinto tamaño.
—Bueno —dijo Wood—. El quidditch es fácil de entender; aunque no tan
fácil de jugar. Hay siete jugadores en cada equipo. Tres se llaman cazadores.
—Tres cazadores —repitió Harry, mientras Wood sacaba una pelota rojo
brillante, del tamaño de un balón de fútbol.
—Esta pelota se llama quaffle —dijo Wood—. Los cazadores se tiran la
quaffle y tratan de pasarla por uno de los aros de gol. Obtienen diez puntos
cada vez que la quaffle pasa por un aro. ¿Me sigues?
—Los cazadores tiran la quaffle y la pasan por los aros de gol —recitó
Harry—. Entonces es una especie de baloncesto, pero con escobas y seis
canastas.
—¿Qué es el baloncesto? —preguntó Wood.
—Olvídalo —respondió rápidamente Harry
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—Hay otro jugador en cada lado, que se llama guardián. Yo soy guardián
de Gryffindor. Tengo que volar alrededor de nuestros aros y detener los
lanzamientos del otro equipo.
—Tres cazadores y un guardián —dijo Harry, decidido a recordarlo todo—.
Y juegan con la quaffle. Perfecto, ya lo tengo. ¿Y para qué son ésas? —Señaló
las tres pelotas restantes.
—Ahora te lo enseñaré —dijo Wood—. Toma esto.
Dio a Harry un pequeño palo, parecido a un bate de béisbol.
—Voy a enseñarte para qué son —dijo Wood—. Esas dos son las
bludgers.
Enseñó a Harry dos pelotas idénticas, pero negras y un poco más
pequeñas que la roja quaffle. Harry notó que parecían querer escapar de las
tiras que las sujetaban dentro de la caja.
—Quédate atrás —previno Wood a Harry. Se inclinó y soltó una de las
bludgers.
De inmediato, la pelota negra se elevó en el aire y se lanzó contra la cara
de Harry. Harry la rechazó con el bate, para impedir que le rompiera la nariz, y
la mandó volando por el aire. Pasó zumbando alrededor de ellos y luego se tiró
contra Wood, que se las arregló para sujetarla contra el suelo.
—¿Ves? —dijo Wood jadeando, metiendo la pelota en la caja a la fuerza y
asegurándola con las tiras—. Las bludgers andan por ahí, tratando de derribar
a los jugadores de las escobas. Por eso hay dos golpeadores en cada equipo
(los gemelos Weasley son los nuestros). Su trabajo es proteger a su equipo de
las bludgers y desviarlas hacia el equipo contrario. ¿Lo has entendido?
—Tres cazadores tratan de hacer puntos con la quaffle, el guardián vigila
los aros y los golpeadores mantienen alejadas las bludgers de su equipo —
resumió Harry.
—Muy bien —dijo Wood.
—Hum... ¿han matado las bludgers alguna vez a alguien? —preguntó
Harry, deseando que no se le notara la preocupación.
—Nunca en Hogwarts. Hemos tenido algunas mandíbulas rotas, pero nada
peor hasta ahora. Bueno, el último miembro del equipo es el buscador. Ese
eres tú. Y no tienes que preocuparte por la quaffle o las bludgers...
—Amenos que me rompan la cabeza.
—Tranquilo, los Weasley son los oponentes perfectos para las bludgers.
Quiero decir que ellos son como una pareja de bludgers humanos.
Wood buscó en la caja y sacó la última pelota. Comparada con las otras,
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era pequeña, del tamaño de una nuez grande. Era de un dorado brillante y con
pequeñas alas plateadas.
—Esta dorada —continuó Wood— es la snitch. Es la pelota más
importante de todas. Cuesta mucho de atrapar por lo rápida y difícil de ver que
es. El trabajo del buscador es atraparla. Tendrás que ir y venir entre cazadores,
golpeadores, la quaffle y las bludgers, antes de que la coja el otro buscador,
porque cada vez que un buscador la atrapa, su equipo gana ciento cincuenta
puntos extra, así que prácticamente acaba siendo el ganador. Por eso
molestan tanto a los buscadores. Un partido de quidditch sólo termina cuando
se atrapa la snitch, así que puede durar muchísimo. Creo que el record fue tres
meses. Tenían que traer sustitutos para que los jugadores pudieran dormir...
Bueno, eso es todo. ¿Alguna pregunta?
Harry negó con la cabeza. Entendía muy bien lo que tenía que hacer; el
problema era conseguirlo.
—Todavía no vamos a practicar con la snitch —dijo Wood, guardándola
con cuidado en la caja—. Está demasiado oscuro y podríamos perderla. Vamos
a probar con unas pocas de éstas.
Sacó una bolsa con pelotas de golf de su bolsillo y, unos pocos minutos
más tarde, Wood y Harry estaban en el aire. Wood tiraba las pelotas de golf lo
más fuertemente que podía en todas las direcciones, para que Harry las
atrapara. Éste no perdió ni una y Wood estaba muy satisfecho. Después de
media hora se hizo de noche y no pudieron continuar.
—La copa de quidditch llevará nuestro nombre este año —dijo Wood lleno
de alegría mientras regresaban al castillo—. No me sorprendería que resultaras
ser mejor jugador que Charles Weasley. Él podría jugar en el equipo de Inglaterra si no se hubiera ido a cazar dragones.
Tal vez fue porque estaba ocupado tres noches a la semana con las prácticas
de quidditch, además de todo el trabajo del colegio, la razón por la que Harry
se sorprendió al comprobar que ya llevaba dos meses en Hogwarts. El castillo
era mucho más su casa de lo que nunca había sido Privet Drive. Sus clases,
también, eran cada vez más interesantes, una vez aprendidos los principios
básicos.
En la mañana de Halloween se despertaron con el delicioso aroma de
calabaza asada flotando por todos los pasillos. Pero lo mejor fue que el
profesor Flitwick anunció en su clase de Encantamientos que pensaba que ya
estaban listos para empezar a hacer volar objetos, algo que todos se morían
por hacer; desde que vieron cómo hacía volar el sapo de Neville. El profesor
Flitwick puso a la clase por parejas para que practicaran. La pareja de Harry
era Seamus Finnigan (lo que fue un alivio, porque Neville había tratado de
llamar su atención). Ron, sin embargo, tuvo que trabajar con Hermione
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Granger. Era difícil decir quién estaba más enfadado de los dos. La muchacha
no les hablaba desde el día en que Harry recibió su escoba.
—Y ahora no os olvidéis de ese bonito movimiento de muñeca que hemos
estado practicando —dijo con voz aguda el profesor; subido a sus libros, como
de costumbre—. Agitar y golpear; recordad, agitar y golpear. Y pronunciar las
palabras mágicas correctamente es muy importante también, no os olvidéis
nunca del mago Baruffio, que dijo «ese» en lugar de «efe» y se encontró tirado
en el suelo con un búfalo en el pecho.
Era muy difícil. Harry y Seamus agitaron y golpearon, pero la pluma que
debía volar hasta el techo no se movía del pupitre. Seamus se puso tan
impaciente que la pinchó con su varita y le prendió fuego, y Harry tuvo que
apagarlo con su sombrero.
Ron, en la mesa próxima, no estaba teniendo mucha más suerte.
—¡Wingardium leviosa! —gritó, agitando sus largos brazos como un
molino.
—Lo estás diciendo mal. —Harry oyó que Hermione lo reñía—. Es Wingar-dium levi-o-sa, pronuncia gar más claro y más largo.
—Dilo, tú, entonces, si eres tan inteligente —dijo Ron con rabia.
Hermione se arremangó las mangas de su túnica, agitó la varita y dijo las
palabras mágicas. La pluma se elevó del pupitre y llegó hasta más de un metro
por encima de sus cabezas.
—¡Oh, bien hecho! —gritó el profesor Flitwick, aplaudiendo—. ¡Mirad,
Hermione Granger lo ha conseguido!
Al finalizar la clase, Ron estaba de muy mal humor.
—No es raro que nadie la aguante —dijo a Harry, cuando se abrían paso
en el pasillo—. Es una pesadilla, te lo digo en serio.
Alguien chocó contra Harry. Era Hermione. Harry pudo ver su cara y le
sorprendió ver que estaba llorando.
—Creo que te ha oído.
—¿Y qué? —dijo Ron, aunque parecía un poco incómodo—. Ya debe de
haberse dado cuenta de que no tiene amigos.
Hermione no apareció en la clase siguiente y no la vieron en toda la tarde.
De camino al Gran Comedor, para la fiesta de Halloween, Harry y Ron oyeron
que Parvati Patil le decía a su amiga Lavender que Hermione estaba llorando
en el cuarto de baño de las niñas y que deseaba que la dejaran sola. Ron
pareció más molesto aún, pero un momento más tarde habían entrado en el
Gran Comedor; donde las decoraciones de Halloween les hicieron olvidar a
Hermione.
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Mil murciélagos aleteaban desde las paredes y el techo, mientras que otro
millar más pasaba entre las mesas, como nubes negras, haciendo temblar las
velas de las calabazas. El festín apareció de pronto en los platos dorados,
como había ocurrido en el banquete de principio de año.
Harry se estaba sirviendo una patata con su piel, cuando el profesor
Quirrell llegó rápidamente al comedor; con el turbante torcido y cara de terror.
Todos lo contemplaron mientras se acercaba al profesor Dumbledore, se
apoyaba sobre la mesa y jadeaba:
—Un trol... en las mazmorras... Pensé que debía saberlo.
Y se desplomó en el suelo.
Se produjo un tumulto. Para que se hiciera el silencio, el profesor
Dumbledore tuvo que hacer salir varios fuegos artificiales de su varita.
—Prefectos —exclamó—, conducid a vuestros grupos a los dormitorios, de
inmediato.
Percy estaba en su elemento.
—¡Seguidme! ¡Los de primer año, manteneos juntos! ¡No necesitáis temer
al trol si seguís mis órdenes! Ahora, venid conmigo. Haced sitio, tienen que
pasar los de primer año. ¡Perdón, soy un prefecto!
—¿Cómo ha podido entrar aquí un trol? —preguntó Harry, mientras subían
por la escalera.
—No tengo ni idea, parece ser que son realmente estúpidos —dijo Ron—.
Tal vez Peeves lo dejó entrar; como broma de Halloween.
Pasaron entre varios grupos de alumnos que corrían en distintas
direcciones. Mientras se abrían camino entre un tumulto de confundidos
Hufflepuffs, Harry súbitamente se aferró al brazo de Ron.
—¡Acabo de acordarme... Hermione!
—¿Qué pasa con ella?
—No sabe nada del trol.
Ron se mordió el labio.
—Oh, bueno —dijo enfadado—. Pero que Percy no nos vea.
Se agacharon y se mezclaron con los Hufflepuffs que iban hacia el otro
lado, se deslizaron por un pasillo desierto y corrieron hacia el cuarto de baño
de las niñas. Acababan de doblar una esquina cuando oyeron pasos rápidos a
sus espaldas.
—¡Percy! —susurró Ron, empujando a Harry detrás de un gran buitre de
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piedra.
Sin embargo, al mirar; no vieron a Percy, sino a Snape. Cruzó el pasillo y
desapareció de la vista.
—¿Qué es lo que está haciendo? —murmuró Harry—. ¿Por qué no está en
las mazmorras, con el resto de los profesores?
—No tengo la menor idea.
Lo más silenciosamente posible, se arrastraron por el otro pasillo, detrás
de los pasos apagados del profesor.
—Se dirige al tercer piso —dijo Harry, pero Ron levantó la mano.
—¿No sientes un olor raro?
Harry olfateó y un aroma especial llegó a su nariz, una mezcla de
calcetines sucios y baño público que nadie limpia.
Y lo oyeron, un gruñido y las pisadas inseguras de unos pies gigantescos.
Ron señaló al fondo del pasillo, a la izquierda. Algo enorme se movía hacia
ellos. Se ocultaron en las sombras y lo vieron surgir a la luz de la luna.
Era una visión horrible. Más de tres metros y medio de alto y tenía la piel
de color gris piedra, un descomunal cuerpo deforme y una pequeña cabeza
pelada. Tenía piernas cortas, gruesas como troncos de árbol, y pies achatados
y deformes. El olor que despedía era increíble. Llevaba un gran bastón de
madera que arrastraba por el suelo, porque sus brazos eran muy largos.
El monstruo se detuvo en una puerta y miró hacia el interior. Agitó sus
largas orejas, tomando decisiones con su minúsculo cerebro, y luego entró
lentamente en la habitación.
—La llave está en la cerradura —susurró Harry—. Podemos encerrarlo allí.
—Buena idea —respondió Ron con voz agitada.
Se acercaron hacia la puerta abierta con la boca seca, rezando para que el
trol no decidiera salir. De un gran salto, Harry pudo empujar la puerta y echarle
la llave.
—¡Sí!
Animados con la victoria, comenzaron a correr por el pasillo para volver,
pero al llegar a la esquina oyeron algo que hizo que sus corazones se
detuvieran: un grito agudo y aterrorizado, que procedía del lugar que acababan
de cerrar con llave.
—Oh, no —dijo Ron, tan pálido como el Barón Sanguinario.
—¡Es el cuarto de baño de las chicas! —bufó Harry.
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—¡Hermione! —dijeron al unísono.
Era lo último que querían hacer; pero ¿qué opción les quedaba? Volvieron
a toda velocidad hasta la puerta y dieron la vuelta a la llave, resoplando de
miedo. Harry empujó la puerta y entraron corriendo.
Hermione Granger estaba agazapada contra la pared opuesta, con aspecto
de estar a punto de desmayarse. El personaje deforme avanzaba hacia ella,
chocando contra los lavamanos.
—¡Distráelo! —gritó Harry desesperado y tirando de un grifo, lo arrojó con
toda su fuerza contra la pared.
El trol se detuvo a pocos pasos de Hermione. Se balanceó, parpadeando
con aire estúpido, para ver quién había hecho aquel ruido. Sus ojitos malignos
detectaron a Harry Vaciló y luego se abalanzó sobre él, levantando su bastón.
—¡Eh, cerebro de guisante! —gritó Ron desde el otro extremo, tirándole
una cañería de metal. El ser deforme no pareció notar que la cañería lo
golpeaba en la espalda, pero sí oyó el aullido y se detuvo otra vez, volviendo su
horrible hocico hacia Ron y dando tiempo a Harry para correr.
—¡Vamos, corre, corre! —Harry gritó a Hermione, tratando de empujarla
hacia la puerta, pero la niña no se podía mover. Seguía agazapada contra la
pared, con la boca abierta de miedo.
Los gritos y los golpes parecían haber enloquecido al trol. Se volvió y se
enfrentó con Ron, que estaba más cerca y no tenía manera de escapar.
Entonces Harry hizo algo muy valiente y muy estúpido: corrió, dando un
gran salto y se colgó, por detrás, del cuello de aquel monstruo. La atroz criatura
no se daba cuenta de que Harry colgaba de su espalda, pero hasta un ser así
podía sentirlo si uno le clavaba un palito de madera en la nariz, pues la varita
de Harry todavía estaba en su mano cuando saltó y se había introducido
directamente en uno de los orificios nasales del trol.
Chillando de dolor; el trol se agitó y sacudió su bastón, con Harry colgado
de su cuello y luchando por su vida. En cualquier momento el monstruo lo
destrozaría, o le daría un golpe terrible con el bastón.
Hermione estaba tirada en el suelo, aterrorizada. Ron empuñó su propia
varita, sin saber qué iba a hacer; y se oyó gritar el primer hechizo que se le
ocurrió:
—¡Wingardium leviosa!
El bastón salió volando de las manos del trol, se elevó, muy arriba, y luego
dio la vuelta y se dejó caer con fuerza sobre la cabeza de su dueño. El trol se
balanceó y cayó boca abajo con un ruido que hizo temblar la habitación.
Harry se puso de pie. Le faltaba el aire. Ron estaba allí, con la varita
todavía levantada, contemplando su obra.
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Hermione fue la que habló primero.
—¿Está... muerto?
—No lo creo —dijo Harry—. Supongo que está desmayado.
Se inclinó y retiró su varita de la nariz del trol. Estaba cubierta por una
gelatina gris.
—Puaj... qué asco.
La limpió en la piel del trol.
Un súbito portazo y fuertes pisadas hicieron que los tres se sobresaltaran.
No se habían dado cuenta de todo el ruido que habían hecho, pero, por
supuesto, abajo debían haber oído los golpes y los gruñidos del trol. Un
momento después, la profesora McGonagall entraba apresuradamente en la
habitación, seguida por Snape y Quirrell, que cerraban la marcha. Quirrell
dirigió una mirada al monstruo, se le escapó un gemido y se dejó caer en un
inodoro, apretándose el pecho.
Snape se inclinó sobre el trol. La profesora McGonagall miraba a Ron y
Harry Nunca la habían visto tan enfadada. Tenía los labios blancos. Las
esperanzas de ganar cincuenta puntos para Gryffindor se desvanecieron
rápidamente de la mente de Harry.
—¿En qué estabais pensando, por todos los cielos? —dijo la profesora
McGonagall, con una furia helada. Harry miró a Ron, todavía con la varita
levantada—. Tenéis suerte de que no os haya matado. ¿Por qué no estabais
en los dormitorios?
Snape dirigió a Harry una mirada aguda e inquisidora. Harry clavó la vista
en el suelo. Deseó que Ron pudiera esconder la varita.
Entonces, una vocecita surgió de las sombras.
—Por favor; profesora McGonagall... Me estaban buscando a mí.
—¡Hermione Granger!
Hermione finalmente se había puesto de pie.
—Yo vine a buscar al trol porque yo... yo pensé que podía vencerlo,
porque, ya sabe, había leído mucho sobre el tema.
Ron dejó caer su varita. ¿Hermione Granger diciendo una mentira a su
profesora?
—Si ellos no me hubieran encontrado, yo ahora estaría muerta. Harry le
clavó su varita en la nariz y Ron lo hizo golpearse con su propio bastón. No
tuvieron tiempo de ir a buscar ayuda. Estaba a punto de matarme cuando ellos
llegaron.
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Harry y Ron trataron de no poner cara de asombro.
—Bueno... en ese caso —dijo la profesora McGonagall, contemplando a
los tres niños—... Hermione Granger; eres una tonta. ¿Cómo creías que ibas a
derrotar a un trol gigante tú sola?
Hermione bajó la cabeza. Harry estaba mudo. Hermione era la última
persona que haría algo contra las reglas, y allí estaba, fingiendo una infracción
para librarlos a ellos del problema. Era como si Snape empezara a repartir
golosinas.
—Hermione Granger, por esto Gryffindor perderá cinco puntos —dijo la
profesora McGonagall—. Estoy muy desilusionada por tu conducta. Si no te ha
hecho daño, mejor que vuelvas a la torre Gryffindor. Los alumnos están
terminando la fiesta en sus casas.
Hermione se marchó.
La profesora McGonagall se volvió hacia Harry y Ron.
—Bueno, sigo pensando que tuvisteis suerte, pero no muchos de primer
año podrían derrumbar a esta montaña. Habéis ganado cinco puntos cada uno
para Gryffindor. El profesor Dumbledore será informado de esto. Podéis iros.
Salieron rápidamente y no hablaron hasta subir dos pisos. Era un alivio
estar fuera del alcance del olor del trol, además del resto.
—Tendríamos que haber obtenido más de diez puntos —se quejó Ron.
—Cinco, querrás decir; una vez que se descuenten los de Hermione.
—Se portó muy bien al sacarnos de este lío —admitió Ron—. Claro que
nosotros la salvamos.
—No habría necesitado que la salváramos si no hubiéramos encerrado esa
cosa con ella —le recordó Harry.
Habían llegado al retrato de la Dama Gorda.
—Hocico de cerdo —dijeron, y entraron.
La sala común estaba llena de gente y ruidos. Todos comían lo que les
habían subido. Hermione, sin embargo, estaba sola, cerca de la puerta,
esperándolos. Se produjo una pausa muy incómoda. Luego, sin mirarse, todos
dieron: «Gracias» y corrieron a buscar platos para comer.
Pero desde aquel momento Hermione Granger se convirtió en su amiga.
Hay algunas cosas que no se pueden com partir sin terminar unidos, y
derrumbar un trol de tres metros y medio es una de esas cosas.