Alcanzando A Mi Ángel.

Dos mundos y un amor, dos sentimientos y un querer, dos cuerpos y un placer, dos melodías de amor y una vida para escucharlas juntos. Al morir Tamara, la novia de Mateo, este entra en una depresión horrible, llegando al punto de no querer salir. No quiere comer, no quiere moverse, no quiere hacer nada, hasta que su amiga Micaela le propone algo: Llamarla. Ella una médium. Sabe usar sus poderes y le comunica a su amigo que puede intentar que ella venga. Él acepta. Tamara llega. Le da una pluma a su novio y se va. Según ella, esa pluma es para poder contactar entre ellos, ¿será cierto? ¿Habrá sido real lo sucedido? ¿O sólo un sueño? ¿Tamara era de verdad o una ilusión? Eso lo descubrirás al leer esta novela.

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05/31/21

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Capítulo 3

Chapter 4

Desperté a las nueve de la mañana. Seguía arrepentido y  estoy seguro de que no volví a pasar ninguna
mañana, hasta el día de mi muerte, sin sentirme así. No entraré en detalles, me
hace demasiado daño.



Me levanté y saqué el pijama. Llevaba días sin ducharme y con la misma
ropa. Entre a mi baño personal y me quité la ropa interior, la única prenda que
me quedaba. Abrí las llaves de la ducha y tiré un líquido que hacía burbujas. Necesitaba
tranquilizarme después de todo lo que había pasado.  Me miré al espejo antes de meterme al  baño de burbujas. Parecía un loco. Mi cabello
lo tenía totalmente alborotado y mechones negros me caían por todas partes.
Consecuencias de tener el pelo tan fino y lacio. Mis ojos parecían cansados.
Era lógico, me acababa de levantar, pero parecían cansados de la vida. Me di
cuenta de que hacía varios días que no me afeitaba. Cuando había salido a
acompañar a Mica, no me había fijado en mi aspecto, pero tenía una barba de dos
semanas y media. La última vez que me había afeitado era esa. Cuando me había
bañado antes, no me había importada, pero en ese momento sí. Saqué la máquina
afeitadora y me la pase hasta no dejarme nada. 
Iba pensando en qué debía empezar a mejorar mi aspecto físico. No para
atraer muchachas ni nada por el estilo, es que estaba impresentable.



 Una vez  listo, me metí en el baño y dejé que el agua
recorra mi cuerpo hasta calentarlo por completo, deje que mi cabello flotara
mientras yo hundía mi cabeza en el agua, tratando de aguantar la respiración.
Hacía meses que no me sentía tan vivo. Respirar se me hacía sagrado en esos
momentos, era como respirar la vida. Me sentía muy feliz, aunque en el fondo
seguía arrepentido por lo de mi padre. Cuando terminé de “jugar” en el agua y
mi piel estuvo lo suficientemente caliente para poder salir sin sentir frío
(tenía la ventana del baño un poco abierta, para que salga el vapor), me puse
champú. Fue muy difícil tratar de generar la espuma, ya que tenía todo el
cabello enredado, pero lo logré.  



Fue uno de los baños más tranquilizadores de toda mi vida, uno de esos
que habría necesitado hace mucho tiempo.


 
·


 
 ·


 
·


Una vez que estuve vestido y armé mi cama, salí a desayunar.
Lógicamente, eran las diez de la mañana. Busqué tostadas y manteca, además de
prepararme una taza de café. Me senté al lado de mi padre, que estaba leyendo
el diario. Sentí culpa de nuevo.



—Buen día—le dije.



 Levantó la vista y se acomodó los lentes.



—Hola, ¿cómo dormiste? —me contestó.



—Bien, gracias. ¿Y vos?



—Bien—hicimos una pausa en la que él tomaba su taza de té y yo untaba
una tostada—. ¿Tienes planes para hoy?  



—Iba a ver a Mica a la tarde. Es raro que no haya venido a casa.



—Vino, pero le dijimos que estabas algo agotado, para no molestarte.



—Ella nunca me molestaría.



—Por si acaso…



¿Era yo o mi padre insinuaba que también le haría daño a mi mejor amiga?
Eso jamás. “Le hiciste daño a tu padre, ¿por qué no a ella?”, me dijo mi
conciencia. Eso me molestó. Si iba a seguir así el resto de mi vida, debía
tomar medidas…



Tomamos el resto de desayuno en silencio, recién cuando ambos
terminamos, él me dijo:



—Encontré el número de un psiquíatra.



—Papá, no necesito eso. No va a funcionar.



— ¿Cómo puedes saberlo si nunca lo has probado?



—Seguro es lo mismo que el psicólogo.



—Qué optimista…. —dijo con sarcasmo—. No es lo mismo.



— ¿En qué se diferencian? Uno te medica y el otro no.



—Ya lo entenderás… pero hazme el favor, tienes que ir.



—Si eso te hace feliz, vamos.



—Gracias. Sacaré un turno lo más pronto posible, mientras… si ves que
estás en un ataque, no hagas caso a tus instintos. Suelta a la persona y
aléjate. ¿Está bien?



—Entendido.



Me levanté y comencé  a lavar las
tazas, además de guardar las cosas en sus lugares. Me despedí de mi padre y fui
a mi cuarto.



“Increíble”, pensé al abrir la computadora. Seguía todo tal como lo
había dejado, como si no hubiera pasado nada. Me dediqué a investigar de lleno.



Había varios links en Google, pero pocos parecían ser confiables. Había
varios casos y hasta un libro de eso, pero no estaba del todo seguro. Mejor
sería buscar los confiables, o sea, usando el programa que me había instalado
Mario, un amigo que tenía tendencias a crear cosas para computadoras. Se había
inventado su propio “Google”, uno que solo buscaba fuentes confiables. Al
principio, nos divertíamos buscando la tarea en vez de en el libro, pero ahora
me servía de mucho.



Aparecieron 10 resultados: de los cuales ninguno había consultado.
Comencé a leer el primero (escrito en un blog), que fue el más creíble. Citaba
así:



“Me llamo Marta Benitez. Tengo 15 años y mi novio falleció hace dos
años. Estuve muy mal muchísimo y tuve miles de intentos de suicidio. Estaba en
una depresión horrorosa. Afortunadamente, Nahiara, mi mejor amiga, lo llamó del
Más Allá. Él me hablo como si nada, y sé que nadie en internet me creerá,
nadie. Pero debo compartir que me siento extremadamente feliz. Debo de estar
volviéndome loca, pero es la verdad: lo vi a él. Y me quería y recordaba. Me
siento demasiado bien. Me dio una pluma suya, diciendo un juramento de que me
podría comunicar. Lo he intentado días y días, pero no logro hacer nada. No sé
qué hacer.  Estoy perdida. Nahiara
tampoco sabe. Quizá sólo me quede morir”.



Miré la fecha de publicación: ocho de agosto del año 2014. Hacía poco
tiempo. Dejé un comentario contando mi historia y guardé la página en
favoritos.



Seguí investigando, pero algunas eran cadenas (quizá el buscador estaba
defectuoso) y otras no eran creíbles, aunque comenté igual.



Poco tiempo después de eso, eran las doce del mediodía. No se me había
ocurrido usar la pluma. Me sentía con ganas de nada. Les dije a mis padres que
no iba a comer y me tiré en la cama. ¿Qué podía hacer? Había comentado en blogs
donde les había sucedido lo mismo que a mí, había intentado usar la pluma y no
podía verla, quería ver a Mica y estaba en el colegio.



De la nada, se me ocurrió una idea, absurda, no lo voy a negar, que
quizá podría servir. Comencé a hablarle a la pluma. Era raro. Me sentía como
hablándole a la puerta, como si nadie me escuchara, pero seguí. Le conté todo
lo que había sucedido desde que la habían dejado a mi cargo. Cada vez me sentía
un poco mejor. Le hablé de mis sentimientos cuando había ahorcado a mi padre y
de cómo me sentía en ese momento. No sé cuándo ni en qué parte de la oración
fue, pero empecé a percibir que algo sucedía. Era como si me estuvieran
escuchando. Mientras más hablaba, la pluma despedía un humo violeta que formaba
una nube en el centro de mi habitación. Me asusté y retrocedí, pero no dejé de
pronunciar ni una sola palabra. Del humo comenzó a emerger una forma. Al
principio no parecía humana, pero luego fue adoptando el perfil de una mujer. A
los pocos minutos, comencé a notar que le crecía cabello castaño, los ojos
blancos se tornaban grises y la nariz, aguda y terminada en gancho. También me
di cuenta de que empezaba a adoptar la forma de Tami. Dejé de hablar y me alejé
lo máximo posible. Ella rio.



— ¿Tú crees que puedo hacerte daño? —me preguntó.



Me quedé mudo. Era ella. ¡Realmente lo era! Estaba ahí, conmigo,
¡hablando conmigo! Me sentí feliz y atemorizado a la vez. No, no creía que ella
me hiciera mal, pero… ¿y si había abierto una compuerta para los demonios?
Tamara pareció leer mis pensamientos, porque me contestó:



—No. Acá entro solo yo.



Le sonreí.



—Hola.



—Hola, ¿cómo estás?



—Bien. ¿Tú?



—Tan bien como podría estarlo, gracias.



—Tami… el otro día te quise llamar, pero… —comencé a presentarle mis
excusas.



—Le contaste a la pluma todo lo que pasó, yo lo sé también—se acercó y
me abrazó. ¡Ah! ¡Qué reconfortable era estar en esos brazos que tanto había
añorado! ¡Qué lindo que era estar ahí y me estreche contra ella! Era una
sensación preciosa. Había pasado todo ese tiempo preocupado, indirectamente,
porque ella no me quiera, que estar ahí era estar en el cielo. Me sentí como un
hombre que había ido al Amazonas y se había perdido, que había vivido meses
ahí, expuesto a las enfermedades y los animales, para luego encontrar el
camino, regresar a mi hogar y ver a mi esposa preocupada por mí, esperándome
fuera con las zapatillas en la mano. La oleada de felicidad me recorría todo el
cuerpo. Era inmensamente afortunado de tenerla a mí lado. No volvería a dejar
que se escapé de mí.



La abracé a la vez, mientras buscaba mis ojos con los suyos. Pero ella
los tenía cerrados. Yo sabía que lo hacía inconscientemente cada vez que me
abrazaba o besaba.  Muchas veces me había
hecho la ilusión de que de esa forma, ella me confiaba su vida, porque yo
tranquilamente la podría matar. Y es lo que tenía pensando hacer.



La besé como nunca besé a nadie. 
Comencé con un simple beso en la mejilla y no tenía otros intenciones
(no quería aprovecharme de ella), pero sonrió y me dio un beso en los labios.
Yo le cogí la cabeza por detrás, suavemente, y la atraje hacia mí.  Comencé a besarla lentamente, y ella
correspondió. Pero cuando me quise dar cuenta, era ella quien me besaba y traté
de tomar de nuevo el control. Aparté mi boca de la suya y comencé a besarle la
frente, bajando lentamente por entre sus ojos y su nariz. En ese momento los
tenía abiertos  y pude ver la felicidad
que irradiaban. Me quedé a tan solo unos centímetros de su rostro y la miré
fijo: sí, esa era la mujer que yo quería. Esa era la muchacha que me hacía
feliz. Ella y nadie más. Solo esa persona poseía esa forma de mirarme, como lo
estaba haciendo en ese momento, con tanta ternura y felicidad, con amor y nada
más. Sonreía de un modo extraño, como si estuviera lista para atacar en
cualquier momento, pero era su sonrisa y me encantaba tal como era. Claro que
no volvería a verla viva, claro que ya no podría llamarlo por teléfono cada
mañana para empezar el día con su voz. Pero la tenía, y no dejaría que nadie me
la quite.



Alcé mi mano para rozarle la mejilla, pero ella la atrapó. Corrí
lentamente la mano que estaba detrás de su cabeza, pero también la agarró.
“Genial”, me dije, “ahora eres cautivo de una mujer”, pero no pude evitar
sonreír.



— ¿Y ahora qué hago? —le pregunté, más por ver que iba a hacer.



—Esto—me contestó mientras me tiraba a la cama. Yo me reí y me senté
para que ella pudiera sentarse enfrente. En cuanto lo hizo, tuve ganas de
seguir besándola, pero la respetaría de todas las formas posibles—. Estuve
leyendo las cartas—me comentó. Yo me sonrojé.



— ¿Qué te parecieron?



—No debiste haber sufrido tanto. Casi me matas de dolor cuando vi todo
lo que me has extrañado y lo que tuviste que soportar. Matt, yo sé que me amas
y no me cabe duda de eso, yo también te amo, pero… quizá para ti era mejor que
me olvides.



—Tami… Yo te amo, tu muerte me tomó de la nada. Me dijiste que ibas a ir
a visitar a una amiga y mira lo que pasó. Sufrí, sí, pero ahora que estás
acá—le tomé de la mano—, soy el adolescente más feliz del mundo. Antes de que
todo esto pasara, nunca me había imaginado mi vida sin vos. Jamás había pensado
que podrías irte y eso me dio un golpe duro en el alma.



—Lo entiendo…  pero, ¿tú crees que
podamos mantener una relación así? Son dimensiones distintas, tú estás vivo y
yo muerto.



—Si de algo estoy seguro, es de que no puedo vivir sin vos.



—Ni yo, Matti. Te amo con todo mi corazón.



Puse su mano sobre mis labios, le di un beso y le dije:



—Te amo y te amaré hasta que solo queden mis cenizas. Pero entonces
también te amaré, porque el amor que te tengo traspasa las puertas de la
mismísima muerte, te amo como nunca amé a nadie. El día que muera, nos podremos
reunir al fin en lo que tú llamaste “Dimensión Mortal”. Y si no fuera de esa
manera, te juro que encontraré otra, porque te quiero. Una vez escuché que el
amor es el más grande de los sentimientos y así lo creo. Hubiera dado la vida
para salvarte cuando te mataron, me hubiera tirado con tal de que salgas ilesa.
Eres más importante que mi propia vida, Tami. Me gustaría protegerte de todas
las pesadillas, de los monstruos de tu imaginación y hasta en la guerra de
allá, quisiera ser con el que despertaras cada mañana y te de un desayuno
genial, acompañarte en cada paso que des y asegurarme de que te sientas cómoda
conmigo.  Sos mi vida, mi sol y mi mundo.
Sos el ángel que siempre quise tener, y, ahora que lo tengo, no voy a dejar ir.
 Sos preciosa, en cuerpo y alma. Y sos
mía.



Ella sonrió.



—Es lo más romántico que me has dicho—y acto seguido me besó.


 
·


 
·


 
 ·


Cuando Tami se fue, me sentí muy
aliviado. Pasaron los minutos y las horas, mientras pensaba en ella. Desde ese
momento tuve un plan: la llamaría todos los días. Si hubiese algún problema con
ello, estaba seguro de que me lo habría dicho.



Claro, mi plan era lo mejor que se me
había ocurrido. Nunca sería lo mismo tener que hablarle a una pluma a poder
llamarla por el celular cada mañana, desearle un maravilloso día y verla en el
colegio. En los meses anteriores a su muerte, yo me había convertido en su
alarma. La despertaba cada mañana para ir al colegio juntos. Esos eran tiempos
que no volverían.  Ya no volvería a
despertarla hablándole bonito, ya no saldríamos entre todos los amigos, faltaba
ella. Tampoco haríamos las tareas o estudiaríamos los dos. Y mucho menos,
volvería a ser tan feliz como antes. Éramos (somos, aunque esté muerta) los
mejores amigos,  además de novios.
Hacíamos casi todo juntos.



Pero bueno, al menos de ese tiempo en
adelante, no iba a perderla para siempre. ¿Quién me la iba a quitar? Nuestro
amor había superado las mismísimas puertas de la muerte. Era más fuerte que el
destino, o lo suficientemente como para tenernos unidos. Sabía que un día
tendría que abandonar eso, no podía solo sentarme a ver cómo pasa la vida. Pero
en ese tiempo, mi lado racional no funcionaba. Quería casarme con ella ante los
ojos de Dios, para que nadie nunca me la vuelva a quitar. Quería amarla como
nunca. Y sobre todo, no iba a volver a caer en la depresión, en ese calvario
lleno de buenos recuerdos que tortura cuando el ser querido no está.



Era un infierno terrible. Ningún ser
humano me entendería si no pasó por eso. Me desesperé, literalmente. Los
primeros días,  iba a todos los lugares a
dónde ella se refugiaría en caso de querer fingir su muerte, aunque cuando la
vi en su velorio, supe que era esa la verdad. Estaba muerta, total y
completamente muerta. Parecí un loco en el funeral, le hice masajes cardíacos,
respiración de boca a boca y todo lo que se me ocurrió para revivirla. Cuando
me di cuenta de que todos me miraban, paré, pero  eso solo aumentó mi desesperación y me sentí
desolado, ¿es que acaso todas esas personas no querían que Tamara se levantara
del ataúd como si nada? Porque yo sí.



A la semana del funeral, había comenzado
a visitar el cementerio diariamente. Una tarde oí una historia de que los
fantasmas de los muertos salían por las noches. Le había dicho a mis padres que
iría a dormir a casa de Mica y fui al cementerio. Me quedé toda  la noche despierto, de sol a sol, pero no
pasó nada. Me había llevado una linterna y una manta abrigada. Al ver que no
sucedía nada, tiré las dos cosas de la rabia y me puse a llorar como un herido
de muerte en el césped. ¡Ay! ¡Cómo me dolía el corazón! Qué dolor tan grande e
inmenso. Me quedé detrás de unos arbustos otros días y noches, hasta que
Micaela me encontró llorando y trató de consolarme. Pero ella no podría
entenderlo jamás, ella solo había perdido a la novia de su mejor amigo. Yo
había perdido una parte de mi vida.



De ese día en adelante, caí en la
depresión. Había asimilado que había muerto, y mi alma con ella. Nadie podría
entenderme. Algunas mañanas me levantaba sin ganas de hacer nada, pero otras
quería buscarla, volverla a encontrar y llevarla conmigo. Había soñado miles de
noches con ella, sus labios y abrazos. Varias veces me despertaba llorando, con
lágrimas en los ojos y otras cuantas era como si nada hubiera pasado. La
llamaba para servirle de despertador y me contestaba su madre, preguntándome por
qué llamaba. Yo solo cortaba. Hablar con mis suegros me haría mil veces peor.
Otras mañanas, me dolía tanto su muerte que comenzaba a dolerme la cabeza y la
garganta. Era un infierno sin fin, plagado de recuerdos de una persona muerta.
Imagina una habitación llena de fotos de la persona a la que más quieres y
sabes que no volverá. Imagina que estás condenado a vivir allí, recordándolo
todos los días. Algunas personas podrían decir: “Te acostumbrarías a ver las
fotos”, pero no es así. Uno no tiene nada que hacer, o sea, tiene sus
responsabilidades, pero siente de que sin esa persona, no vale la pena. Estás
obligado a vivir allí. Ves esas fotos cada vez que te das vuelta y, si cerrás
los ojos,  esas imágenes aparecen en tu
mente. Bien, así era mi infierno. No tenía fotografías en todas partes, pero sí
miles de recuerdos en mi mente, recuerdos que me mataban lenta y dolorosamente.
Una vez había intentado suicidarme, dejar de vivir en aquel lugar, pero todavía
conservaba una mínima esperanza de que ella vuelva a mí, que una noche entre
por la ventana de mi habitación y me explique todo. Al final, se dice que la
esperanza es lo último que muere. Y yo no la había perdido. Esto me recuerda
mucho al mito de Pandora y la parte de: 
“Desde entonces, la esperanza es lo único que mantiene vivos a los
hombres”.


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