Alcanzando A Mi Ángel.
Dos mundos y un amor, dos sentimientos y un querer, dos cuerpos y un placer, dos melodías de amor y una vida para escucharlas juntos. Al morir Tamara, la novia de Mateo, este entra en una depresión horrible, llegando al punto de no querer salir. No quiere comer, no quiere moverse, no quiere hacer nada, hasta que su amiga Micaela le propone algo: Llamarla. Ella una médium. Sabe usar sus poderes y le comunica a su amigo que puede intentar que ella venga. Él acepta. Tamara llega. Le da una pluma a su novio y se va. Según ella, esa pluma es para poder contactar entre ellos, ¿será cierto? ¿Habrá sido real lo sucedido? ¿O sólo un sueño? ¿Tamara era de verdad o una ilusión? Eso lo descubrirás al leer esta novela.
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05/31/21
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Capítulo 1.
Chapter 2
Me quedé toda la tarde sentado al lado de Mica, quien dormía
plácidamente. La experiencia me había dejado cansado, pero no me atrevía a
cerrar los ojos y entregarme al sueño. Tenía mucho miedo de despertar en mi
cama y que todo haya sido solo un sueño, de despertarme y ver que seguía tan
solo como desde que Tami se fue. Bien, muchos se preguntaran qué estuve
haciendo esas cuatro horas. Ordené lo que habíamos usado para invocarlo y luego
estuve acariciando la pluma, pensando en Tami y llorando de felicidad. Me
sentía genial. De acuerdo… ¿quién no lo estaría? De ese momento en adelante,
podría hablar con ella y quién sabe qué cosas más. Aunque también me
entristecía pensar que podría ser irreal, me entristecía mi miedo.
Pasado ese tiempo, desperté a Mica, tal como habíamos acordado días
antes.
—No parece que hubieran pasado tantas horas… —comentó.
—Pues, pasaron —le dije, mientras le daba su abrigo—. Ten, te acompaño a
tu casa.
Garabateé una nota para mis padres, que llegaban a esa hora del trabajo,
y salimos a la calle.
Eran las ocho de la noche del 7 de agosto, por lo que era pleno
invierno. Yo iba vestido con jeans azules, camiseta blanca y buso celeste,
además de una campera de cuero arriba. Mica tenía botas, un yogging rojo y una
camiseta, del mismo color, a cuadros. Arriba tenía su abrigo celeste de nylon.
La noche estaba despejada, se
podían ver todas las estrellas y constelaciones. El aire estaba lleno de un
olor a tierra mojada y pasto recién cortado. Corría una brisa suave que
alborotaba el cabello de mi amiga. La calle estaba desierta, a excepción de
nosotros dos. Solo faltaba que rueden cosas como en los desiertos.
Volví a pensar en Tamara.
Realmente lo habíamos conseguido. Ahora podría verla, podría ser feliz de
nuevo. Después de meses hundido en la soledad, sin querer moverme ni para comer
o hablar, hundido en una depresión de la que no lograba salir, venía mi ángel y
me alumbraba. Y me recordaba y me quería. No se podían expresar mis
sentimientos. Estaba hinchado de felicidad, iba a explotar y mi alma saldría
bailando y dando saltos como un niño pequeño al que le acaban de comprar su
primer juguete. Se lo dije a Mica, casi lloraba de la emoción.
—Espera, Matt —me dijo ella.
— ¿Qué sucede?
—Quiero que me prometas algo.
—Lo que sea.
—Prométeme que no usarás la pluma ni intentarás nada con ella hasta que
yo investigue bien.
La miré raro. “¿Estás loca?”, pensé. ¿Cómo creía que, una vez renacido,
no iba a querer hablar con ella?
—Me dijiste que me prometerías lo que sea—me recordó.
— ¡Pero estás demente!
—Es por tu bien, amigo. No sabemos nada de eso, no tenemos siquiera una
idea de cómo llamarla o qué hacer.
—Yo sé qué hacer… o lo sabré.
—Por favor, déjame investigar bien.
Miré su rostro: la preocupación se reflejaba en su rostro. Sus ojos en
especial. Miré dentro de esa cavidad marrón, que mandaba un mensaje, diciéndome
que la dejara. Pero no podía simplemente prometérselo y no cumplir. Pero si era
eso lo que ella quería…
— ¡Ayy! —exclamé—. ¡¡Me vas a matar si seguís mirándome así!!
Como única respuesta bajo la
mirada.
—Mírame—le dije, y lo hizo—. Ella vino al fin, vino por mí. Me dio la
pluma para que contacte y no puedo esperar, estoy muy impaciente por
intentarlo. No pasará nada, si quieres, te llamo cuando lo vaya a intentar. Vas
a ver que nada me va a pasar.
—Me ibas a prometer lo que sea…
—No pensé cuando lo dije.
Suspiró. Habíamos llegado a su casa.
—Llámame—me dijo, a la vez que me daba un beso en la mejilla y entraba.
— ¡Espera! —volví a exclamar, antes de que cierre la puerta.
— ¿Qué?
—Gracias—le sonreí—. Fue muy importante para mí.
—Haría cualquier cosa con tal de ponerte contento, Matt.
Volví a sonreír. Ella era una gran amiga.
—Bueno… nos vemos—le dije.
—Acordate de llamarme.
—Hasta luego.
Mica cerró la puerta y yo
emprendí el camino de regreso.
·
Estaba en mi cuarto, investigando casos parecidos en internet, cuando
mamá entró a mi cuarto. Lo había hecho continuamente esos meses en los que
estuve depresivo. Entraba a ver como estaba, si precisaba algo o simplemente a
limpiar la tierra. Ya estaba tan acostumbrado que no había notado su presencia,
hasta que me dijo:
— ¡Estás levantado! —me dio un beso en la mejilla—. ¿Está todo bien?
¿Quieres ir a cenar?
—Hola mamá. Claro, ¿qué hay de comer?
—Hamburguesas y puré de papas.
—Bueno, ahora bajo… —cerré la notebook—. ¿Precisas ayuda en algo?
—No, está todo en orden, gracias hijito.
Salió de la habitación, avisándome que en cinco minutos estaba la
comida.
Seguro le había parecido raro que su “bebé” se hubiera levantado
mágicamente después de todos esos meses solo. Después de haber estado acostado,
con la mirada perdida, comiendo una sola vez al día por orden médica y
duchándose dos veces a la semana. No había tenido ganas de vivir todo ese
tiempo, solo de quedarme mirando los muebles, pensando en todo lo que había
perdido. Había hecho miles de poesía en mi cabeza, que le contaba a Mica y ella
anotaba. Cada una o dos semanas me decía que tenía que salir a tomar aire, que
tenía un aspecto enfermizo. Yo caminaba
como una máquina, sin destino, caminando por caminar, por falta de otra cosa. A
veces ella me sacaba una sonrisa con sus bromas, pero la tristeza volvía cada
vez que pensaba en Tami.
Todavía tenía libros a medias que me había regalado, siempre que había
una escena feliz, me ponía mal y lo abandonaba una o dos semanas. Ya tenía toda la colección de “Las memorias
del águila y el jaguar”, “Harry Potter” y “Juego de Tronos”, además de otros
libros sueltos, aunque no había leído más que La ciudad de las Bestias, hasta
el tercero de Harry Potter, los dos primeros de Juego de Tronos y libros
románticos que me mataban sin piedad. Pero no podía fingir que era feliz en ese
mundo de fantasía. Me entretenían un rato, me hacían sentir vivo de nuevo, pero
si la pareja cortaba o si tenían un momento intenso, yo empezaba a llorar,
recordando a mi novia muerta. Sentía que me faltaba mi mitad, la persona que
era una parte de mí. Se sentía como si hubiera agarrado mi corazón y lo hubiera
apretado hasta romperlo, como si me hubiesen chupado el alma y yo viviera por
vivir.
La música también me reanimaba, pero había ciertas canciones tristes que
me hacían daño. Peor que los libros, porque un cantante canta con el corazón y
no la voz. Entonces, cantaba con todo el
sufrimiento de su corazón. Cantaba y a mí se me rompía el alma. No podía
soportar que alguien haya sufrido tanto. De haber podido consolarlos, lo
hubiera hecho, pero estaba tan hundido en lo mío que no estaba seguro de poder
ayudar. O de querer. Si yo sufría, ¿por
qué el resto debía ser feliz? No era justo. Fui egoísta, pero me parecía una
buena idea en esos tiempos. Era algo que a veces me reanimaba: no era el único
que sufría. No estaba solo. Aunque no quitaba que me sienta mal algunas veces.
Las canciones que más me mutilaban eran:
·Mentía, de Miranda. En especial el coro.
·Dime, de JeanCarlos Canela. Me hacía pensar mucho en ella, ¿cómo no
amarla? ¿Cómo iba a olvidar eso?
·Rival, de Romeo Santos. Me hacía trizas el corazón con el “Prefiero
vivir mil años sin ti, que una eternidad pasándola así”.
Y Después de Ti, de Alejandro Lerner. Era la que más efecto tenía en mí.
Agarraba mi corazón y lo apretaba, hasta que toda la sangre salía de su mano.
Algunas veces llegue a odiar la canción, por el daño que me hacía, pero la
seguía escuchando.
“Todo eso ya ha pasado”, me recordé, “ya está todo bien”. Pero no me lo
podía creer, mi suerte había sido demasiada y temía que me vuelvan a arrebatar
a la persona que más amaba. Le tenía miedo al dolor, aunque sabía que todos
sufrimos en la vida. Unos más que otros, pero nadie se salva de eso. Algunos tienen problemas pequeños, bah, qué
digo, si es un problema, no puede ser pequeño. Es un problema y ya. Hay algunos
más graves que otros, pero son problemas que solucionar. Así que tenía miedo al
dolor, a que la pluma desaparezca, a que haya sido una ilusión, a volver a
zambullirme en el infierno. Estaba casi
seguro de que no podría volver a soportar esa desesperación. Ese infierno que
solo estaba conformado por mi depresión, de la cual yo podía salir, lo sabía,
pero no quería. No tenía otra razón para vivir. ¿Mis padres? Sí, sufrían por
mí, pero no me importaba. Fue una actitud totalmente egoísta, pero era la
verdad: me daba igual si vivían o morían, si me querían o me odiaban. ¿Amigos?
La mayoría me había abandonado, excepto Mica, seguramente pensando que si me
dejaban solo se me pasaría. Eso es algo que no entiendo. Cuando alguien cae en
depresión, lo que más necesita es la ayuda de los seres que quiere, a pesar de
que lo niegue. Pero no todo el mundo lo comprende.
En fin, ya había pasado. Me aseguré de ordenar un poco mi cama, ponerle
la batería a la “mini-computadora” e irme a cenar.
Al verme entrar, mi padre se sorprendió. Abrió los ojos, como diciendo:
¿qué hace acá?, yo lo saludé con una sonrisa y lo abracé. A otro niño le
hubiera dado vergüenza abrazar a su padre, diría que con 17 años ya estaba muy
grande, pero con Tami había aprendido que nunca le demostrábamos lo suficiente
el cariño a nuestros seres queridos… y que se podían ir en cualquier momento.
—Hola papá, ¿cómo estás?
—Bien, bien… Es raro verte levantado.
—Estoy feliz.
—Me alegra saberlo, ¿puedo saber qué te trae tan bien?
—Vi a Tamara—en ese momento, me aparté de él y lo miré a los ojos. En
cuanto pronuncié esas palabras, dejaron traslucir la preocupación, quizá de que
me haya vuelto loco—. Es en serio, pa. Mica está de testigo.
—Humm… bueno, me alegro mucho, muchacho.
—Papá, es de verdad….
Él sonrió.
—Te creo.
Probablemente era mejor pensar que me había vuelto loco a pensar que era
verdad. Le lanzó una mirada a mi madre, como diciendo: “hay que comentarlo con
el psicólogo”.
Ah, lo había olvidado. Un psicólogo me visitaba tres veces a la semana
para que hablemos. Yo casi no le contaba nada, apenas hablaba de cómo me
sentía. Es que era obvio que sólo era un interesado por el dinero. Me trataba
con cariño y me decía cosas de la vida, el sufrimiento y la muerte, lo que a
veces me tenía noches enteras pensando. Pero no podía confiar en alguien a
quién solo le pagaban para ayudarme. O sea, si me querés ayudar DE VERDAD, no
pidas una suma de dinero. La verdad es que tenerlo me hacía sentir peor, porque
sentía que mis seres queridos, como Mica o mis padres, también trataban de
ayudarme sólo por conveniencia.
La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos:
—Nos alegramos de verdad que estés feliz, pero… podría haber sido un
sueño, hijo. No te ilusiones, por favor.
—Mamá, Mica vio lo mismo que vi yo. Tengo una pluma que me dio Tami,
puedes preguntarle a Mic todos los detalles. TODOS. Solo te pido que me creas,
es la verdad y solo la verdad…
Ella bajó la mirada y me preguntó si quería hamburguesas.
El resto de la cena fue tranquila. Hablamos de las cosas normales, por
ejemplo, el estado del país, que yo tendría que volver a la escuela y cursar quinto
año de nuevo en el otro año. Y otras cosas, como el ascenso del trabajo de mi
papá, que estaban pensando en adoptar un perro y me pusieron al corriente lo
que no había sabido durante esos diez meses. Todo lo que había sucedido desde
el diez de noviembre de 2013. Todas esas cosas que no me había enterado por
estar tirado en mi cama, como un muerto. No era que no me la hubieran dicho,
sino porque yo no quería escucharlos.
Terminada la hora de la comida, ayudé a lavar los platos y guardarlos.
También fui a ver al gato que mi prima nos había dejado hacía una semana y que
volvería a buscarlo en tres días. Se llamaba Miyi y era hembra. Parecía un korat de unos 3 meses. Tenía el pelo
blanco y la punta de la cola era canela. Los ojos eran verdes. Cuando me vio, caminó en posición dominante hacia
mí y estuvo a punto de atacarme, lo cual me parecía gracioso por su tamaño:
parecía un bebé jugando, si no fuera porque mi mamá había entrado y la había
cogido en brazos.
—Es amigo, Miyi—le decía mientras la acariciaba—. Es mi hijo, no te hará
daño. Es bueno, gatita.
Ella ronroneó, pero me seguía mirando con desprecio. Se soltó de los
brazos de mi madre y se fue a su “cama”, que eran una palangana con un
almohadón rosado dentro, y arriba había un balde (pegado con no sé qué a la
palangana), con un espacio recortado para la entrada. Al costado tenía dos
taperes: uno de helado, lleno de agua, y otro más pequeño con alimento
balanceado. La caja de arena estaba en
la otra punta del garaje. También había unas tapas de gaseosa tiradas en el
suelo, con lo que seguramente jugaba.
Mi mamá me acompañó hasta mi cuarto y me preguntó si tenía pensado hacer
algo mañana.
—No, nada. A la mañana no, quizá a la tarde salga con Mica pero no
aseguro nada.
—Está bien… Si quieres, podemos salir a comprarte ropa nueva. La que
tienes está toda desgastada y remendada miles de veces.
Tenía razón. No tenía ganas de hacer compras, pero mi ropa no me
quedaba. Había dado un estirón y todo lo de invierno del año anterior, apenas
me andaba.
—De acuerdo—la besé en la mejilla—. Buenas noches.
Me metí a mi cama y esperé a que todo el mundo se duerma.
Claro, podría haber esperado de otra forma que no fuera mirar el techo,
pero es que no quería ni leer, ni escuchar música ni pensar. Solo me quedé
mirando el techo hasta que no sentí más ruidos.
En ese momento, me levanté de mi cama y caminé al patio con la pluma en
una mano y el celular en otra. Llamé a Mica.
— ¡Al fin!—me dijo a manera de saludo—. Pensé que te habías olvidado…
—Tranquila… mis padres me tomaron de loco—le comenté.
— ¿Les dijiste?
Reí.
—No, si lo adivinaron porque hay cámaras ocultas en la casa—hubo una
pausa de unos segundos—. Sí, Mica, les dije.
—Es lo normal… Es más simple creer eso.
—Lo mismo digo, pero… quieren hablarlo con el psicólogo.
—Ya se nos ocurrirá algo.
—Claro…
—He averiguado algunas cosas—me dijo, para cambiar de tema.
— ¿Qué cosas?
—Estuve viendo en internet, bueno,
más bien me metí a la Deep Web y estuve investigando casos parecidos. Ahí
hay muchos, pero en la internet que todo el mundo ve, solo unos cuatro.
—Los he visto todos, Mica. O sea, los del internet normal. Tengo que
fijarme en el programa de Mario. Pero al final, tres se suicidaron y el último
quedó en rehabilitación hace más de dos
años. Tengo miedo.
—No te preocupes… Tú no terminarás así. Me tienes a mí y te ayudaré. No
valgo mucho para estas cosas, lo sé, pero te seré fiel todo el tiempo que viva.
Sabía que ella no podía verme, pero era sincera y me llevé la mano al
corazón, prometiéndole silenciosamente lo mismo.
—Gracias, Mica. Me has sido de gran apoyo estos meses…
—Me alegra saberlo—hiso una pausa de veinte segundos—. Matt, sé que
estás ahí. Concéntrate, intenta hacer lo que quieras. Yo no tengo idea alguna.
Sólo deja el celular cerca de ti.
Hice lo que me dijo. Dejé el teléfono en una mesa y me tiré al césped.
Comencé a mirar las estrellas, acariciando la pluma, pensando que ella estaba
allí, en alguna dimensión… y que me quería. Me dejé volver a hinchar por mi
felicidad. Me sentía completo, sabía que mi mitad estaba allá, en alguna parte
del universo, esperando que yo descubra que hacer. Ella confiaba en que yo
supiera cómo contactar, además de Mica. Pero no podía volverle a pedir que
llamara a un espíritu, era algo muy arriesgado. Había arriesgado su vida, la
mía y la de mi familia con tal de hacerme feliz.
Si alguien hubiera pasado por calle, hubiera pensado: “este chico está
loco. Tirarse a tocar una pluma y mirar las estrellas a media noche, ¿qué le
habrá agarrado?”. Pero me consolaba saber que Mica no me trataba de loco. Para
ella era normal, aunque… era una médium, pocas cosas se le hacían raras.
No sé cuánto tiempo estuve así, si alguien me vio o si Tami percibió
algo. Había invocado toda mi fuerza y felicidad, mis recuerdos, el infierno de
los diez meses anteriores… y nada. Sólo deje de intentarlo cuando Mica dijo por
el celular:
— ¿Estás ahí?
Me apresuré a tomarlo y contestarle:
—Sí, estoy acá.
— ¿No tienes éxito?
—No. Estoy intentando de todo, pero no puedo.
—Inténtalo hoy más tarde… son las dos y media, Mate, deberías ir a
dormir. Han pasado muchas cosas, lo mejor es que descanses.
—Ella me dijo que podría contactar…
—Pero no dijo en qué plazo de tiempo. Vamos, ve a dormir.
—Como tú quieras.
Volví a meterme en mi cuarto. Deje el celular en la mesa de luz y me
saqué la ropa de invierno, poniéndome un pijama encima. Me sentía furioso por
no haber logrado nada.
—Tienes que dormir—intenté que mi voz sonara natural, pero lo dije de un
modo brusco—. Nos vemos mañana—y colgué.
Estaba tan enojado conmigo mismo. “Idiota”, me dije, “¿por qué no
investigas más en vez de comer?”. Mi conciencia me repetía que me estaba
retando por algo que no era cierto, pero tenía que echarle la culpa a alguien.
Golpeé la almohada hasta cansarme, lloré lágrimas ardientes como el
fuego y grité como para que el Olimpo me escuchará. Obviamente, todo eso no
pasó inadvertido en mi casa.
Mi padre entró repentinamente a mi cuarto con la pistola que yo suponía
que debía de estar cargada. Me vio tirado en el suelo, gritando endemoniado por
ella y se sorprendió de nuevo.
— ¿¡Qué te pasa!?—fue lo primero que me dijo.
Grité con más fuerza. Un grito desesperado, uno de esos que asustarían
hasta al asesino más loco. Me levanté y
le tiré mis manos al cuello. Lo intentaba ahorcar.
—¡Hiiiii… aghhh jooo! ¡Hiiiijooooo! ¡Aghh! ¡Sóltam…! —gritaba él, pero
no me importaba. Podría haberlo matado ahí mismo.
Trataba de liberarse pegándome patadas, pero eso solo sirvió para que
ambos nos cayéramos. Maldito imbécil. Se creía que podía entrar a mi cuarto a
la hora que se le cantara.
—¡¿Quién te crees?!—le grité—. ¿¡Quién sos para venir y entrar acá!?
¿Por qué entraste? ¡Pedazo de inútil! ¿Por qué no convenciste a mamá de que me
abortara? ¿Tantas ganas tenían de tenerme? ¡Claro, solo querías un hijo! ¡¡ACÁ
TENÉS A TU HIJO, ESTÚPIDO!!
Él gritaba para que lo suelte, pero eso solo aumentaba mi placer. ¿Por
qué no me habían prohibido ese dolor infernal? ¡No hubiera nacido y punto!
Nadie les había pedido que me traigan a la vida. Nadie les había dicho: “Tengan
a ese niño o lo mataremos”, podrían haberme dejado morir fácilmente. Pero no,
de seguro tenían en la cabeza toda esa cursilería de que un hijo era lo mejor.
Yo le mostraría qué era lo mejor.
Me pateaba la espinilla, trataba de doblarme los brazos y todo. A mí me
dolía, obviamente, pero solo tenía deseos de matarlo. Y una vez que terminara
con él, mataría a mi madre.
Como única solución, mi padre intentó ahorcarme, dejarme sin aire
también. Tenía las manos fornidas y grandes, pero respirar no era lo que yo
quería. Solo matar, ver sangre, asesinar.
No sé cuánto tiempo estuvimos luchando, lo último que supe es que entró
mi mamá con una sartén en la mano. Pensé que podría atacarlos a ambos a la vez,
pero ella tenía una sartén y las madres con eso, son peligrosas. Al ver la
escena, no supo qué hacer… así que me golpeó en la cabeza.
Se volvió todo oscuro, paré de hacer fuerza y me desmayé.